Había dejado de creer en la filosofía por los así llamados ¿filósofos actuales?, pero dos de ellos, un chileno, Javier Agüero, y un argentino, Eduardo Sanguinetti, me ayudaron a volver a la senda “del amor a la sabiduría”, del conocimiento, de la mente, la consciencia, la ética, el lenguaje, la belleza, la moral.
Se sabe que la historia del pensamiento está basada en las obras de Platón y Aristóteles. Si las teorías racionalistas e idealistas no pueden entenderse sin Platón, lo mismo ocurre con las empiristas sin Aristóteles. Estos dos gigantes del pensamiento llevan más de dos mil años como faro del rumbo de Occidente.
En cuanto a regímenes políticos, Platón afirmaba que el más perfecto era la aristocracia, el gobierno de los mejores. La tiranía y la democracia se encontrarían entre los más imperfectos. Aristóteles distingue tres: monarquía, aristocracia y democracia, según el número de gobernantes y sostiene que todos ellos pueden ser buenos cuando el poder se ejerce de forma justa. Todos regímenes históricamente comprobados.
Se dice que el mundo actual dista mucho de ser el mejor, más bien es el peor de la historia universal, pienso. Hay asuntos urgentes que abordar como la crisis climática, la desigualdad o la violencia y la filosofía debe reflexionar sobre ellas para ayudar a resolverlas. Es un siglo en el que nuestra especie tiene que hacer frente a una multicrisis: crisis ambiental, crisis social, guerras, desigualdad, pandemias. La filosofía, planteaba Marx, no solo puede observar y analizar el mundo, sino que debe transformarlo.
La filosofía es una herramienta fundamental para enfrentar la crisis climática y ecosocial porque puede establecer un marco de pensamiento a largo plazo, frente a la visión cortoplacista del actual sistema económico. La crisis ecosocial es una crisis que tiene la lógica del crecimiento ilimitado en un mundo muy limitado materialmente y que antepone el beneficio privado al bienestar común. “El capitalismo socava las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”, sostuvo Marx también. Para luchar contra la crisis ecosocial, la filosofía puede establecer un marco de pensamiento a largo plazo, cuestionar la lógica capitalista y proponer principios éticos nuevos.
La desigualdad y la riqueza ha aumentado en la mayoría de los países del Globo desde los años 80. La inflación, la pobreza, el empleo informal y la feminización de la pobreza siguen siendo problemas en muchos lugares del mundo. Asimismo el crecimiento económico tras la pandemia favoreció de manera muy desigual a las clases altas, mientras que los hogares con menos ingresos sufrieron un retroceso. Esto último se encuentra en mi novela “La Urgencia de un Sueño”. La desigualdad no responde a capacidades humanas, sino a injusticias estructurales.
Hoy hay un número récord de guerras activas, se cree que es el mayor número desde la Segunda Guerra Mundial. Algunos de los enfrentamientos más difundidos son la guerra en Ucrania o el genocidio en Palestina, que además avanza hacia una dinámica de guerra regional con la apertura de nuevos frentes para Israel en Siria, Irán y Líbano. Muchos filósofos han escrito sobre si las guerras son inevitables debido a la naturaleza humana o si resultan de estructuras sociales y políticas.
El incremento de la violencia, especialmente contra las mujeres, en todo el mundo es preocupante. El aumento de los conflictos armados genera mayor violencia. Así como la neoliberación de la economía, que hace retroceder al Estado, y la injerencia imperialista en determinados países ha generado un incremento del crimen que repercute en altas tasas de homicidio. El avance de la extrema derecha, con los discursos de odio y de la desinformación se entrelaza con la perpetuación de las desigualdades. Esto se percibe particularmente con las comunidades migrantes que, además de sufrir el racismo, se les culpa de las crisis en muchos países.
Muchos piensan que no hay alternativa al sistema económico imperante ni modo de resolver los problemas que este crea. No se sabe bien de quien es la famosa frase de que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Parece ser que el mayor éxito de este sistema es haber diseminado y hecho prevalecer la idea de que no hay alternativa de cambio posible.
He querido darle un marco real y verdadero a este artículo, en un país con políticos y parlamentarios de derecha que con pensamiento monolítico dirán que nada es válido, solo el pragmatismo, y que su programa de gobierno neoliberal está listo con dos grandes temas: seguridad y crecimiento económico, con algunos apéndices como salud, educación, otros.
El derecho a la salud, a pesar del Plan Auge, ha quedado sujeto a la rentabilidad de las ISAPRES y el derecho a una jubilación digna se ha hecho depender de las ganancias de los dueños de las AFP, abandonando al lucro y al mercado el ejercicio efectivo de estos derechos esenciales.
¡Cuán lejos de la realidad están todas estas personas de derecha al alejarse del mundo de la ideas! No tenían argumentos para el estallido social. No sabían qué venía. Nada les dijo “el saqueo” después del terremoto 27F, la política no se hizo responsable de eso ni la tomó en cuenta. No obstante que los saqueos, después del terremoto, dejaron en evidencia el precario vínculo entre normas, reglas, conducta, cultura y naturaleza humana de nuestra gente en Chile y el manifiesto abandono de la política a la filosofía que determina que el
individuo se transforma en “alguien”, vale decir persona, en su relación y organización con otros hombres, en una fusión moral y de amor universal.
Ellos ponderan una sociedad con un vaciamiento de significados, un vaciamiento de valores que produce una instrumentalización que no es otra que el valor se vuelve algo potencialmente comercializable, algo que se utiliza para todo tipo de propósitos comerciales.
Nunca se harán la pregunta de quién es la culpa de tanta miseria y desigualdad porque les es imposible sentir, y por tanto entender, que las emociones socializadoras son aquellas que permiten que nuestra sociedad funcione bien, las que benefician a todas las partes implicadas. ¡Y cómo carecen de emociones socializadoras, su comportamiento será siempre antisocial!
En este contexto recurriré a conceptos que rescato del filósofo alemán, Hegel, que también figura en mi libro “Más Allá de Todo”. Para él lo que es racional se hace real, y lo que es real se hace racional. Lo irreal e irracional en el país es el sistema de inequidad manejado por unos pocos ricos y poderosos señores, que apoyan los partidos de derecha, que en un gran despliegue destructivo, avasallador, execrable, se han adueñado del país y lo real son esos millones de personas que el sistema excluye, perjudica, margina, mantiene en extrema pobreza y hace morir de inanición.
No hay ruta a seguir cuando la verdad, con ayuda de los medios, la prensa y los periodistas, muchas veces se transforma en posverdad, aunque es solo una de muchas manifestaciones que nos indica que hoy se está en una profunda crisis y que se amplía por la lógica de las nuevas tecnologías. La integridad de los medios debería ser independencia de intereses privados o políticos. Transparencia sobre los propios intereses financieros. Compromiso con la ética y los estándares del periodismo. Capacidad de respuesta a los ciudadanos.
La ética de la profesión de periodista establece la responsabilidad del periodista frente a la sociedad. Las noticias deben regirse por los principios de veracidad e imparcialidad, diferenciándolas de los rumores y las opiniones, que aunque por ser objetivas no pueden exigirle veracidad, sí deben hacerse desde planteamientos honestos y éticos, sin ocultar o negar la realidad de datos o hechos.
Por todo, se hace sumamente necesario acudir a los derechos en el plano humano, de respeto por la integridad, de solidaridad por la integración, de incrementar las relaciones sociales por una buena convivencia y por una sociedad mejor, en fin, el derecho a una vida digna. En realidad la lista de los que calificarían como derechos para nuestro pueblo o ciudadanía es larga: derecho a la vida y a la paz -que fueron vulneradas durante los 17 años de dictadura-, derecho a tener un juicio justo -en el que poco o nada se cree-, a alcanzar niveles de equidad, a la salud y educación gratis, a desprivatizar el agua, a servicios básicos baratos y nacionalizados, a sueldos justos, a la libre expresión, a manifestarse, a la vivienda y alimentación, a la cultura y arte cercana a la gente, a la autodeterminación de los pueblos indígenas, a los derechos ciudadanos para los LGIBT, todo libre de intolerancia, discriminación e injusticia.
MARIO TORO VICENCIO
Escritor y Poeta