En estos tiempos de pandemia se comprueba, con singular acierto, el dicho en ingles que da el titulo para esta columna, cuya traducción corresponde a “buenas noticias no son noticias”. Y esto se ha podido comprobar desde hace muchísimo tiempo y no solo en épocas de crisis. Los medios y los periodistas vibran y destacan con especial predilección siempre los conflictos, los hechos de sangre y la violencia, en lugar de mostrar los hechos positivos.
Lo malo, el conflicto y los hechos luctuosos venden, dicen en su defensa los dueños de medios.
El equilibrio noticioso es muy raro encontrarlo y menos en estos días, donde los titulares están reservados para exhibir los aumentos en el número de muertos por Covid o la falta de camas UCI, en lugar de mostrar por ejemplo el gran número de recuperados o la gran labor que desarrolla el sacrificado personal de la salud.
Lo catastrófico, las crisis y los conflictos venden y la prensa y los periodistas parecieran vibrar y disfrutar de estas, más aún cuando son los primeros en dar una primicia que impacta y les permite sorprender al resto. Porque es noticia y porque dan jugo. Como lo señala Patricio Navia en una de sus columnas, “debemos aprender a aceptar que, más que una crisis, esta avalancha de buenas y malas noticias es la cotidianeidad en las que nos ha tocado vivir”.
La pandemia incluso ha servido para una serie de comprobaciones respecto a las conductas que se producen en la sociedad global tan mediatizada. No es que The New York Times y The Washington Post se hayan puesto de acuerdo para criticar lo que ocurre en Chile en materia de combate de la pandemia, sino que, dado que Chile ha estado en la agenda mundial por su destacado desempeño, en la campaña de vacunación, siendo un país de por allá abajo en Sudamérica, pasa a ocupar un lugar y atractivo especial.
Hay que encontrarle rápidamente la falla, para así aprovechar su figuración pública e impactar globalmente. Se cae el puntero, rating asegurado. Esto ocurrió ahora, al tener la crisis de la segunda ola, con aumento sostenido de casos positivos, donde se pasó a ser blanco atractivo para la prensa internacional acostumbrada, al igual que la prensa en todos los lugares, a buscar el impacto, de los momentos de crisis y nutrirse de lo negativo.
Esta situación en relación con la pandemia la caracteriza muy bien Pablo Halpern, especialista y Ph.D en comunicaciones, asesor de Frei y Bachelet, en una entrevista a un medio digital capitalino, al expresar que “el problema es que la crisis, la pandemia, ha generado una suerte de adicción al contenido catastrofista. Respecto de esto hay un estudio que publicó recientemente The New York Times que demuestra el sesgo catastrofista que tienen los medios de comunicación en todas partes del mundo en relación con la pandemia. Poco antes, The New York Times publicó otro análisis que muestra cómo, respecto de las vacunas, predomina una información de sesgo negativo.”
Adicionalmente, como lo enuncia Halpern, existe otro problema que conspira contra el manejo comunicacional de la pandemia y es que, “cuando hay crisis de esta magnitud, surge una verdadera industria del catastrofismo, y emergen los futurólogos. Los futurólogos, para tener espacio en los medios de comunicación, tienen que decir cosas que capturen la atención de la gente, y las que más capturan la atención son los horizontes apocalípticos. Y esto va generando una suerte de adicción al apocalipsis de las malas noticias”.
Como diría un jurisconsulto, a confesión de parte, relevo de pruebas.