Alguien escribió que la palabra crea realidad, resultándome un poco embarazosa la definición, en lo que a historia se refiere. Pienso que la historia no necesita palabras que creen realidades, sino, más bien, necesita de la realidad, para ser plasmadas en palabras.
Cierto es que nada termina de ser real si no se nombra, pero las palabras son solo agentes en la propia historia y la del resto
Mantengo que la historia tiene varias direcciones que no se pueden unir, porque cada persona solo entiende desde su nivel de percepción, nivel de consciencia, nivel de educación e interés y cada una de ellas cuestiona la veracidad de las otras, pero sólo una d e ellas es la veraz. Es por eso que me permitiré escribir este artículo como “Guardián de la memoria”
Todo aquel que es medianamente “ilustrado”, sabe que Estados Unidos ha conseguido establecer un orden mundial según sus valores y cultura con el requisito sine qua non de ser su garante. Que el estilo de vida, su cultura y el sueño americano de que todo el mundo puede volverse rico pasaron a ser los principales productos de exportación estadounidense, la música, la comida, el cine y la vestimenta se propagaron por el mundo.
Que con la anuencia y voto de muchos países el Foro de las Naciones Unidas se creó con un Consejo de Seguridad en el que EE.UU. pudiera vetar cualquier resolución; el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se pensaron en función del dólar como divisa mundial y como instituciones que redujesen hasta la inexistencia la soberanía de los países mediante la presión económica.
La creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –como respuesta a la que los gobernantes norteamericanos llamaron “amenaza de la Unión Soviética”–, fue una idea exclusiva de Estados Unidos y que termina con la caída del Muro de Berlín o desaparición de la Unión Soviética y la bipolaridad del mundo. A esto se agrega la aparición del nuevo y bien estudiado concepto denominado Globalización –término que utilizó el país del norte para la hegemonía estadounidense–.
“Su enorme riqueza y conocimiento contrastan de forma chocante con las condiciones en las que viven grandes cantidades de sus ciudadanos. Unos 40 millones viven en pobreza, 18,5 millones en pobreza extrema y 5,3 millones viven en condiciones de pobreza extrema propias del tercer mundo”.
Con estas palabras el relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de la ONU, Philip G. Alston, se refiere a Estados Unidos en un informe en el que da cuenta de una gira de 15 días de investigación que realizó en ese país a finales de 2017.
El texto es una crítica descarnada a la primera potencia del mundo, en la que se apuntan problemas como la creciente desigualdad, la persistencia del racismo o la existencia de un sesgo entre los sectores en el poder hacia los más pobres y desfavorecidos.
Lo más sorprendente, es que en el país con la mejor economía, con el 25% del PIB mundial, se encuentren en pleno centro de Nueva York los homeless (personas en situación de calle), que recogen cartones y envoltorios que les sirvan de abrigo en las frías noches de invierno.
Pero ¿un gobierno de Joseph Biden será menos perjudicial para América latina? Si se observan las decisiones nefastas que, durante casi 40 años de carrera, el demócrata adoptó contra los intereses de nuestra región, se concluye que no.
Durante la Guerra de Malvinas, como senador presentó ante el Congreso norteamericano la resolución de apoyo de EEUU al Reino Unido. Cuando una periodista de la CBS le preguntó si “el Senado estaba involucrándose más en el bando británico, Biden respondió sin titubear: “Mi resolución busca definir de qué lado estamos y ese lado es el británico. Los argentinos tienen que desechar la idea de que EEUU es neutral”.
Justificó esa parcialidad citando el acuerdo de EEUU con la OTAN (abril de 1949) pero olvidó un pacto previo, firmado entre todas las naciones del continente casi dos años antes (septiembre de 1947), el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que, en su artículo 3 dice claramente que “un ataque armado contra un Estado americano es considerado un ataque contra todos y en consecuencia el continente entero se compromete a ayudar”.
Hay abundantes pruebas del belicismo de Biden a lo largo de su carrera como senador. El caso más siniestro fue la guerra contra Irak en 2003, bajo el gobierno del republicano George Bush Jr. En ese momento, los demócratas controlaban el Senado y según explica el columnista norteamericano, Mark Weisbrot, en The Guardian, “Biden hizo mucho más que simplemente votar a favor de la guerra”. “Como presidente de la comisión de relaciones exteriores del Senado, él debía elegir a los 18 expertos que analizarían el tema. Eligió todos a favor de la invasión y respaldó argumentos falsos como la existencia de armas de destrucción masiva y la presencia de Al Qaeda en Irak aunque el gobierno de Saddam Hussein era probadamente secular”.
Con todo, bien que haya perdido Trump y mal que haya ganado Biden. Nada nuevo bajo el sol.
Mario Toro