El pecado original de la carta constitucional que tenemos desde el 80 reside en su génesis, construida desde las alturas, por expertos, especialistas, abogados constitucionalistas de una corriente ideológica en particular, entre cuatro paredes, e impuesta en un plebiscito sin padrón electoral alguno y en un contexto dictatorial. Si bien ha experimentado cambios no menores, mantiene la impronta de quienes la fraguaron entre cuatro paredes.
Muy distinto es lo que estamos viviendo ahora. Ya no son solo quienes saben de constituciones quienes están elaborando la propuesta que será sometida a escrutinio público en el plebiscito de salida. También están en la convención constituyente (CC) quienes viven sus consecuencias, los ciudadanos de a pie. Es primera vez en la historia del país que los de abajo están construyendo una nueva constitución con los de arriba, con las élites que desde siempre han tenido la manija.
Cuesta creerlo, pero lo que se está viviendo es algo inédito, y lo que está siendo sometido a prueba es la capacidad para que unos y otros trabajen conjuntamente. Para que los de arriba, las élites se percaten de la necesidad de abrirse, o como dijera quien fuera la primera dama del país, Cecilia Morel: “parece que vamos a tener que ceder algunos de nuestros privilegios”. Ese es el punto. Dejar de hacer lo que quieren, como si el país fuera de ellos. Cuando se trata de construir lo que se ha dado en llamar la casa de todos, se trata justamente de eso, que no solo de ellos, sino que de todos.
No se trata de excluir a quienes siempre han excluido. Para ello se instaló la regla de los dos tercios, de modo que nadie pueda barrer con el otro, de modo de tener una constitución a firme. Y los dos tercios no son monopolio de nadie, forzando a conversar, a buscar puntos de acuerdo. Quien juegue al todo o nada, lo perderá todo. De allí que el recorrido de esta CC esté siendo áspero, complejo, y nadie puede asegurar que llegue a buen puerto. Se navega por aguas tempestuosas, en medio de falsedades de marca mayor, de temores fundados e infundados. A nadie le conviene que el barco zozobre, sino todo lo contrario, es hora de que toda la tripulación entiende que solo el trabajo conjunto, mancomunado nos permitirá salir airosos. El día en que esto se entienda, brillará el sol para todos, no para unos pocos. Esa es la idea.