En octubre de 2019, un extenso reportaje en la revista The Economist anunciaba “El Fin de la Inflación”. La independencia de los bancos centrales y el uso de la política monetaria basada en metas de inflación permitió que, a partir de los años noventa, la mayoría de los países desarrollados y algunos en vías de desarrollo -como Chile- pudieran controlarla, al punto que se sugería que “había perdido significado como indicador económico”. De hecho, en algunas economías industrializadas como Japón, el mayor problema parecía ser la deflación (caídas en el nivel de precios).
Poco más de un año más tarde, en diciembre de 2020, la misma revista se preguntaba en su portada: “¿Retornará la inflación?”. Una pregunta similar se hacía el periódico Financial Times en mayo de este año. Es evidente que la inflación está de vuelta en los debates de política económica en todo el mundo y Chile no es la excepción.
Durante más de un siglo, la inflación fue uno de los problemas centrales de nuestra economía, al punto que era un caso de estudio a nivel mundial. Theodore Shultz, Premio Nobel de Economía en 1979, señalaba en 1956 que, “El PIB en Chile puede bien estar un cuarto o un quinto por debajo de lo que se esperaría dados los recursos del país si no fuera por su inflación crónica y la mala asignación de los recursos”.
A mediados del siglo XX, la reducción de este indicador era una de las promesas clásicas en periodo de campañas electorales, cada nuevo gobierno intentaba establecer programas explícitos para reducirlo (por ejemplo, la misión Klein-Sacks), sin que ello tuviera impacto más allá de uno o dos años. Es así como, entre 1931 y 1970, en Chile alcanzó un promedio de 23,5%.
Tanto el programa de gobierno de la Unidad Popular, como “El Ladrillo”, coincidían en identificar a la inflación como uno de los principales males de la economía chilena (si bien proponían métodos completamente diferentes para atacarla). ¿El resultado? Una cifra promedio superior al 600% en 1973 y resultados sistemáticamente por sobre los 2 dígitos entre 1975 y 1989.
Sólo a partir de 1990 Chile inicia un camino de reducción de la inflación. Sin duda, la autonomía del Banco Central (establecida en su Ley Orgánica Constitucional de 1989), ha sido un factor muy relevante en este éxito. Su mandato es claro: “Velar por la estabilidad de la moneda…”. ¿Los resultados? Desde 1994, nuestro país no ha vuelto a presentar un crecimiento anual de los precios superior al 10% y la inflación promedio en la última década alcanza un 3,1%.
Hoy, nuevamente la inflación aparece en el radar de los problemas económicos. La decisión del Banco Central de enfrentarla con un alza de la tasa de interés de política monetaria ha sido objeto de fuertes críticas en algunos sectores políticos.
El Banco Central no es infalible. Sus decisiones, pueden (y deben) ser criticadas y analizadas. Sin embargo, empezar a suponer motivos ocultos y teorías conspirativas en sus decisiones y minimizar los costos y riesgos que implica un alza en la inflación, solo contribuyen a socavar la confianza pública en una institución que ha mostrado en los hechos ser sumamente exitosa en su misión, y que ha permitido que para las generaciones más jóvenes la inflación sea similar a la viruela: una enfermedad olvidada. No arriesguemos un rebrote de esta enfermedad que tanto daño causó a Chile.