“Nadie tiene derecho a ensuciar esa campaña por el No, para sacar ventajas políticas hoy, en democracia”, dijo el periodista Fernando Paulsen criticando la alusión realizada por la campaña del rechazo a la franja del No del plebiscito en contra de la dictadura. Más allá que muchos compartamos la misma crítica, corresponde profundizar algo más tal episodio no solo por lo sensible que para buena parte de Chile significa aún la dictadura y sus violaciones a los derechos humanos, sino también porque en gran medida da luces acerca de las razones del ocaso de la exconcertación.
Insensibilidad, cobardía y burla es lo menos que tal alusión constituye hacia una franja que recoge tantos dolores de las víctimas de la opresión, exilio, torturas, asesinatos, desapariciones y muchas otras violaciones incurridas por Pinochet y su aparato estatal represivo. Su uso para intereses propios, aunque sean legítimos, con el solo propósito de obtener una mezquina ventaja política electoral, denota una total falta de empatía en abordar episodios tan sensibles para tantos chilenos y chilenas. Tal crítica la mantendría incluso si la alusión hubiese provenido desde la campaña del apruebo a pesar de su natural y obvia cercanía con los creadores de dicha motivadora franja. Una época tan amarga y triste exitosamente enfrentada y abordada desde la esperanza, merece el respeto de dejarla en el recuerdo de la historia sin manoseos de nadie.
Sin embargo, al ver algunos exconcertacionistas impulsando en tal alusión la opción del rechazo, explica en buena forma el ocaso de la concertación y sus divisiones internas. Queda de manifiesto quienes se obnubilaron con los grandes números de la macroeconomía convencidos que detrás había un país imaginario a las puertas del desarrollo y con sus precariedades en buen camino a resolverlas, pero en tal ceguera menospreciaron la cruda realidad de la desigualdad y el olvido. Aquí encontramos algunas buenas razones para explicar las causas del estallido social, ya que la derecha obstaculizadora fue siempre la misma, pero quienes se mimetizaron con dicha democracia tutelada por unos pocos fue una porción de la clase política de la concertación.
Los dirigentes políticos que hoy aparecen con ropajes amarillos fueron los mismos que trabaron internamente las transformaciones del segundo gobierno de Bachelet para pasar desde un lema inicial de campaña “Queremos construir un Chile de todos, por todos y para todos” a uno que pisaba el freno ya avanzado la mitad del mismo gobierno con la frase “realismo sin renuncia”. Coincidentemente o no fue cuando Jorge Burgos, hoy por el rechazo, asumió como ministro del interior y le puso una lápida a la sola posibilidad de crear una asamblea constituyente; o Ximena Rincón, también por el rechazo, en su calidad de ministra del Trabajo cedió a no incluir la negociación ramal en la reforma laboral a pesar de contar con la mayoría en el Congreso; y ni hablar de Ignacio Walker, otro líder del rechazo actual, que ni siquiera leyó el programa de Bachelet y aun así la apoyó, al parecer más apegado a no perder las cuotas de poder que a una real voluntad de implementar los cambios comprometidos.
Perder la única oportunidad para defender una constitución creada en democracia resulta incomprensible para quienes se supone lucharon juntos por otro valor sagrado como fue la defensa de los derechos humanos. No hay matices ni en derechos humanos ni en la democracia. Es a partir de una real democracia como se construye la institucionalidad del país, la cual no es posible desarrollar en su total dimensión desde una constitución nacida bajo las armas. Dirán que rechazan para crear otra constitución, sin embargo, ¿vale la pena tirar por la borda la primera y única oportunidad para confiar en la palabra de quienes nunca se allanaron a tal camino, pero aún la rechazaban abiertamente? No resulta entendible que los antiguos aliados en la lucha democrática ahora, cuando la meta está a la vista, den la espalda a quienes, se suponía juntos, hicieron de su vida política llegar al punto que nos encontramos. Dada esta historia común, ¿no es más fácil y lógico llegar a acuerdos con sus propios aliados históricos, quienes por lo demás esta última semana también manifestaron su voluntad de aprobar con reformas? Hay algo que para el ciudadano común no cuadra y me temo que han primado más las lógicas ocultas de poder que una real conexión con el diagnóstico que nos llevó al estallido social.
Y respecto de convencionales elegidos porque presentaban real voluntades de cambios, tampoco respetan su propio programa. Fuad Chahín planteaba expresamente en su candidatura el reconocimiento indígena y la creación de un Estado plurinacional, sin embargo, ahora no está de acuerdo. O Felipe Harboe que en su programa iba más lejos y sostenía un Estado plurinacional, escaños reservados, autonomías territoriales, la eliminación del Senado y la creación del Consejo de justicia, todo lo cual se encuentra incluido en la propuesta que ahora rechaza.
Ni hablar de lo realmente sustantivo de la constitución que se propone, los derechos sociales. Transversalmente se reconoce un enorme logro haberlos incluido por lo que son, derechos dentro de un Estado social y democrático que los protege, pero a pesar de esto quienes mostraban tanta empatía hacia las movilizaciones ahora igualmente rechazan la propuesta fundados que hay otros elementos de esta que no convencen. Seamos francos, nunca una propuesta será perfecta para todos, lo importante es poner en la balanza y sopesar lo bueno y lo malo con el sentir ciudadano expresado sin matices desde el 18 de octubre de 2019.
Chile no necesita más puentes amarillos, realidad en la medida de lo posible, ni democracias tuteladas … la clase dirigencial del país le debe a su gente consecuencia y lealtad política. En la buena política no todo vale, y se implora de la buena, no más de la que todo se relativiza y que hoy tiene sumido a los políticos en la mayor crisis de legitimidad desde que volvió la democracia.
José Ignacio Cárdenas Gebauer
Abogado autor del libro “El Jaguar Ahogándose en el Oasis”
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