El Covid-19 no sólo ha cambiado la forma en que estamos viviendo ahora, sino también, cómo vamos a vivir en el futuro próximo. Este virus, además de ser un tema biológico, se ha transformado en un fenómeno social. Nos ha obligado a sobrevivir aislados y en soledad.
La cotidianidad (“normalidad del encierro”) ha afectado enormemente nuestra salud mental, las relaciones afectivas e inclusive la sexualidad, obligándonos a encontrar otras formas de densidad física que nos permitan comunicarnos en forma diferente con los amigos y vecinos, y de esa manera participar en alguna nueva forma de vida comunitaria, a pesar de que, por efecto de la pandemia, sigamos separados temporalmente.
Pero superada la crisis de la pandemia, ¿qué debiéramos esperar?
En lo político y social, nuestros gobiernos tendrán que desarrollar mayor empatía con sus ciudadanos, buscando nuevas fórmulas de equidad y mejor calidad de vida. Deberán, bajo mi parecer, controlar en forma más eficiente la calidad de vida de las personas; por ejemplo, preocuparse de los alimentos que consumimos, de los transportes públicos que utilizamos, de los sistemas de salud públicos y privados. Probablemente, vamos a tener una ciencia más robusta y utilitaria, que nos permita reaccionar rápido frente a futuras pandemias.
La economía se debería focalizar más en la producción de bienes esenciales, más vinculados a las necesidades biológicas y culturales de la población local, que a lo individualmente deseable. Asistiremos a una ola creciente de grupos políticos nacionalistas, en los que el capitalismo, el crecimiento puro como motor de desarrollo y la globalización irán perdiendo legitimidad. A pesar del retroceso de esta última, por necesidad, la soberanía se va a tornar solidaria. Esto llevará a proponer como solución a la demanda migratoria internacional que la gestión de esa área sea cooperativa a escala continental.
El viejo reto de diversificar la economía será urgente para los países en vías de desarrollo. Reconocer la contribución de los trabajadores que se encuentran fuera del círculo protegido de las profesiones de élite y otorgarles voz significativa en la economía y la sociedad debiera ser el primer paso hacia la renovación moral y cívica.
La apuesta educativa del futuro será, probablemente, un modelo híbrido, con diferentes modalidades presenciales, semipresenciales y a distancia; con programas educativos completamente digitalizados, lo que obligará a cambiar el entrenamiento de los docentes y a una transformación innovadora de toda la información, el aprendizaje y la construcción del conocimiento.
Esto no significa que desaparezca la educación presencial en colegios y universidades. Por el contrario, las salas de clases seguirán siendo los lugares donde se hace posible que los estudiantes mantengan el diálogo y la convivencia, permitiendo de esta manera la contención y la maduración de nuestra juventud. Pero para que esta educación sea eficiente e igualitaria vamos a necesitar nuevos recursos que ayuden a terminar con las brechas sociales que cruzan la educación.
Finalmente, muy pronto tendremos que asumir que la lección incuestionable de la pandemia por COVID-19 es la misma que la del calentamiento global, es decir: todos vivimos en el mismo mundo, compartimos la misma naturaleza, independientemente de que nos sintamos en cuarentena o a salvo de ella.