Este día nos hace más consciente que todo concluye…
Tenemos una sensibilidad a flor de piel por el tiempo. Sentimos en forma aguda que los instantes se suceden unos a otros, sin detenerse. Por eso vemos en nuestro interior cómo ya están en la memoria del pasado hechos a los que dimos toda nuestra energía y cariño.
Así, volvemos la mirada hacia el año que llega a su fin. Es una meditación natural la que surge sobre el curso de la vida.
Ahí está el amor familiar y de esposos, las situaciones y alternativas con los hijos, nietos y parientes; la vida en el barrio o vecindario, con sucesos alegres y tristes; las tareas en nuestros trabajos, con logros y desventuras en medio de un ritmo que pone a prueba la integridad y la salud, donde están los resultados que jamás imaginamos; los momentos de recreación o esparcimiento, con amistades en la intimidad del encuentro hogareño y aquellas visitas inesperadas que nos hicieron vibrar; esos viajes de trabajo y disfrute, descubriendo otros pueblos, paisajes y sobre todo, personas con el corazón abierto y generoso.
Pero todo llega a su fin…
Se impone así esa terrible sentencia de la propia existencia. Teresa de Ávila lo dijo con lucidez: “todo se pasa”. Sí, todo pasa y para este día es más patente esa afirmación. Pasaron días y meses, pasaron momentos amargos que creíamos jamás terminarían, pasaron hermosos momentos de alegría y éxitos. Pasaron. Entonces, brotan dos preguntas que no podemos soslayar: ¿qué es lo que perdura y permanece en mí? ¿Cómo empiezo el año que se inicia pronto?
Ambas preguntas podemos ignorarlas y acallar las voces de lo más hondo del corazón. Sin embargo, la propia vida nos impone la realidad cruda e irreversible: todo se pasa…, especialmente, porque las obras humanas y nuestros quehaceres tienen la precariedad de la temporalidad.
Así, nos resulta evidente, por ejemplo, que también en lo vivido equivocamos rumbo y entrega. Estuvimos donde no debíamos. Que hay luchas que son inútiles y otras, que no pueden esperar.
Entonces, el regalo de un Año Nuevo, es la posibilidad maravillosa de empezar y forjar de nuevo, reencontrar y redescubrir lo que tenemos, sin esperar de las falsas profecías que jamás se cumplirán.
Porque el fin de año adquiere valor trascendente, allí donde nuestra humilde ofrenda la hacemos plegaria y recitamos con el salmista “¡baje a nosotros la bondad del Señor, y haga próspera las obras de nuestras manos!”.
Horacio Hernández Anguita
Fundación Roberto Hernández Cornejo