Hace ya más de 70 años, un 9 de mayo, en 1950 nace lo que fue el germen de lo que hoy es la Unión Europea (UE). De las ruinas de la segunda guerra mundial nace esta estructura caracterizada por su carácter plurilingüista y multicultural. Su existencia ha estado jalonada por un desarrollo sin precedentes. Para cotejar sus beneficios habría que hacerlo con la alternativa de no haber tenido una UE. Hoy cuesta imaginar que ella no existiese. Comparten una moneda, el euro, las fronteras entre los países son cruzadas sin mayores dificultades tanto por personas como por bienes y servicios.
Unos se han beneficiado más que otros, pero sumando y restando, todos han ganado, lo que se expresa en los niveles de desarrollo económico, político y social alcanzados por los países fundantes de la UE y aquellos que se han ido incorporando. Basta recordar el retraso en que se encontraban España y Portugal antes de su incorporación. Lo mismo podemos decir de los países europeos que estaban tras la cortina de hierro que se fueron incorporando voluntariamente una vez que cayó el muro de Berlin y que se desintegró la Unión Soviética que Putín pareciera añorar. Pero por sobre todo, los países de la UE han ganado en paz: han sido siete décadas de paz.
Todo partió cuando el ministro francés Robert Schuman planteó a Alemania poner la producción franco-alemana de carbón y de acero bajo una alta autoridad común. Desde entonces se inicia un proceso de expansión que se inicia con 6 países (Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo) y se prolonga hasta el día de hoy en que la UE está constituida por 27 países.
El proceso en sí es valioso porque se ha logrado mantener, a instancias de ellos, la independencia de la soberanía de los Estados miembro. Ellos sólo han cedido competencias que se consideraban beneficiosas por las ventajas que recibían a cambio. Las instituciones comunitarias son muy sui géneris (principalmente la comisión, el consejo, el parlamento, el tribunal de justicia y el tribunal de cuentas) y con competencias específicas sin imagen en ningún país del mundo.
Un interesante sistema de mayoría cualificada hace que, en las decisiones comunitarias, un pequeño grupo de países grandes no pueda imponerse, ni tampoco lo pueda hacer un grupo de países pequeños. A este sistema se ha ido llegando con las modificaciones de los tratados. El sistema actual evita así el problema existente en la ONU donde los países pequeños pueden terminar imponiendo puntos de vista a los más grandes, lo que ha llevado a la suspensión del pago de sus cuotas a países como EEUU.
La reconstrucción europea luego de dos guerras de alcance mundial deben invitarnos a la reflexión, particularmente a quienes habitamos en una América Latina que hasta ahora continúa desmembrada sin capacidad de aunar criterios que faciliten la integración y que de tiempo en tiempo sigue enfrascada en disputas fronterizas no obstante que tenemos tanto en común. Al menos hasta ahora todas las iniciativas orientadas a integrarnos han sido un soberano fracaso que nos debiera avergonzar. Pretender alcanzar el desarrollo sin integrarnos seguirá siendo una quimera.