La denominada “Agenda 47” del expresidente Donald Trump plantea una reestructuración profunda del aparato estatal, migratorio, económico y tecnológico de Estados Unidos. Para algunos sectores, esta propuesta representa una respuesta audaz ante el agotamiento del modelo actual.
Sin embargo, desde una visión estratégica y sistémica, surgen serias alertas: más que un plan de reconversión nacional parece una maniobra impulsiva que pone en riesgo las bases del modelo norteamericano y su papel en el mundo.
- Proteccionismo sin industria: un salto al vacío.
El intento de reindustrializar Estados Unidos mediante políticas proteccionistas llega con décadas de retraso. Durante más de 30 años, el país externalizó su capacidad manufacturera hacia Asia, obteniendo beneficios de escala y costos que hoy serían imposibles de replicar internamente sin una reconversión estructural y prolongada.
Imponer aranceles del 10% o más a las importaciones —particularmente desde China— no solo encarecería el consumo interno, sino que obligaría a las empresas a reducir márgenes o traspasar esos costos al consumidor. En ambos casos, el resultado sería una presión inflacionaria difícil de contener. Estados Unidos no cuenta actualmente ni con la infraestructura, ni con la formación técnica de su fuerza laboral, ni con incentivos adecuados que permitan materializar un proceso de relocalización industrial sostenible. En este contexto, el proteccionismo sin músculo productivo es, simplemente, una ilusión.
Aunque se han hecho avances en técnicas como el fracking, la autosuficiencia energética aún es una meta lejana. EE.UU. sigue dependiendo de socios estratégicos como Canadá, México y otros países para abastecerse de petróleo, gas y minerales críticos. El autoaislamiento propuesto por Trump —sumado a sanciones, cierres comerciales y recortes de ayuda internacional— solo profundiza esta dependencia y debilita la influencia global del país, entregando protagonismo a otras potencias, especialmente China.
- El búmeran de la inmigración.
Las propuestas de deportaciones masivas y criminalización de la inmigración no solo son cuestionables desde el punto de vista ético, sino también económicamente inviables. Una proporción significativa del funcionamiento diario de sectores como la agricultura, construcción, hotelería, servicios y salud depende de la mano de obra inmigrante, muchas veces sin estatus legal.
Eliminar este recurso laboral implicaría aumentar significativamente los costos operativos en estos sectores, provocar alzas de precios en bienes esenciales y poner en peligro cadenas logísticas completas. Además, es poco realista pensar que la población local pueda o quiera suplir esa fuerza laboral en el corto plazo.
- Recortar en ciencia: un error estratégico.
El liderazgo global de Estados Unidos no se ha sustentado únicamente en su capacidad militar, sino principalmente en su ecosistema de innovación. Instituciones como la NASA, el NIH, Silicon Valley y las grandes universidades han sido el motor de avances tecnológicos que han dado forma al mundo moderno.
Reducir la inversión pública en ciencia, tecnología e investigación como forma de “aliviar el gasto federal” es una estrategia miope. Mientras China e India fortalecen sus ecosistemas científicos, Estados Unidos corre el riesgo de ceder la delantera en áreas clave como inteligencia artificial, ciberseguridad, biotecnología y energía.
- Entre la nostalgia imperial y el pragmatismo del siglo XXI.
Más que un plan de país, la Agenda Trump parece una reacción emocional ante el desgaste del modelo neoliberal. Pero no hay reconstrucción posible sin mecanismos de transición claros, sin reinversión industrial real y sin entendimiento del nuevo orden multipolar. Apostar por el aislamiento, la exclusión y el repliegue puede generar una fractura más profunda en la ya debilitada cohesión interna de EE.UU.
Lo que necesita Estados Unidos no es una cruzada autoritaria, sino una transformación inteligente, basada en datos, cooperación internacional, y visión de largo plazo.
Una nación frente al espejo.
Durante décadas, Estados Unidos dictó las reglas del mercado global, particularmente en América Latina y el Caribe. Hoy, esa hegemonía se desvanece. Con un déficit fiscal persistente, dependencia tecnológica y energética, y una notoria pérdida de liderazgo internacional, el país se ve obligado a repensar su modelo de desarrollo en un entorno cada vez más dominado por Asia.
Sin embargo, ese desafío estructural colisiona con la tozudez de un liderazgo que, más que proyectar el futuro, parece empeñado en restaurar un pasado idealizado. En este intento por imponer una hegemonía perdida, se corre el riesgo de confundir decisión con dogma, y firmeza con error.
Estados Unidos no necesita un emperador del ayer, sino una visión estratégica que lo proyecte hacia el mañana. Una visión capaz de comprender la complejidad del nuevo orden global y articular respuestas responsables, sostenibles y colaborativas.
Solo así podrá reconstruirse sobre bases sólidas y volver a liderar, no desde la imposición, sino desde la inteligencia y la innovación.
Por Rodrigo Araya Attoni
Analista Independiente