A raíz de una entrevista esta semana con motivo del libro “El Jaguar Ahogándose en el Oasis” surgió el interés para escribir sobre la educación cívica y las consecuencias de su eliminación el año 1998 bajo el gobierno de Eduardo Frei como asignatura de la malla curricular de la enseñanza media. Esta equivocada decisión fue una muestra más del adormecimiento incurrido por nuestros gobernantes progresistas de la época en aras al individualismo enraizado del modelo económico imperante. En el año 2011 se intentó volver atrás, pero ya era tarde y el bloqueo de los senadores de derecha lo impidió.
Digo individualismo porque precisamente la educación cívica apunta al sentido contrario, esto es, la comprensión que somos una comunidad donde la respuesta a nuestras inquietudes no pasa por una visión personal egoísta, sino más bien por la participación activa en las problemáticas ciudadanas, sociales y nacionales, es decir, interesarse en la política de nuestro país, pero no necesariamente la partidista, sino simplemente el interés social y empático de quienes nos rodean comprendiendo que el beneficio de nuestra comunidad va de la mano del individual.
Dentro de los efectos que la desaparecida educación cívica dejó, podemos encontrar la baja participación social, la desconfianza en los políticos, la abstención electoral y la apatía ciudadana, pero sobre todo, el desconocimiento de buena parte de nuestra población acerca de la función de sus autoridades, sistema de gobierno y nada menos que la constitución. Una muestra de esto fue el sondeo realizado por la Asociación de Municipalidades de Chile (Amuch) en noviembre de 2019, que arrojó que el 57% de los chilenos no conocía la constitución ni tampoco sabía su función.
Es necesario reestablecer confianzas con nuestra clase política y para eso es fundamental incluir y potenciar a los líderes y actores sociales de las comunidades y organizaciones civiles, ya que finalmente son estos quienes ejercen roles políticos de base y en quienes confiamos desde nuestra infancia, en los barrios, la sede social, las actividades navideñas, en la colecta vecinal y en la vocería de problemas comunitarios ante los gobiernos locales.
La educación cívica se remonta en Chile a inicio del siglo pasado con obras como la “Cartilla de educación cívica” del político liberal Malaquías Concha, bajo el convencimiento según sostenía que “es necesario que los futuros ciudadanos se hallen preparados seriamente para la vida pública” agregando que “la democracia debe ser instruida de lo contrario sería el peor gobierno y conduciría al país a la ruina”.
Estos primeros ejercicios serios de educación cívica estaban vinculados a un contexto en el cual la oligarquía terrateniente no creía en la democracia y sí en el mantenimiento de sus privilegios. Pues bien, lo que sucede hoy en Chile es algo similar ya que precisamente el estallido social, entre otras razones, fue un reclamo ciudadano a una clase política desconectada, y a las indignantes desigualdades entre una minoría acomodada a los frutos que el modelo le proporcionaba frente a una mayoría postergada e ignorada.
Urge reestablecer la educación cívica pero no como un instrumento que forje una comunidad vinculada por una serie de valores y símbolos que propende al mantenimiento del statu quo sino a aquella que fomente el ejercicio de la titularidad de la participación política para lograr cambios que propendan una dignidad tanto individual como social.
En Alemania, por ejemplo, como resultado de su historia, después de la Segunda Guerra Mundial se recurrió a la educación cívica para dejar atrás los horrores del nacismo arraigado en gran parte de la población para evolucionar a una democracia tolerante como sistema político. Nuestro país debe caminar por una senda similar enseñando el respeto de los derechos humanos sin matices, las virtudes de nuestra democracia y, en particular, la importancia y orgullo de la futura constitución como un pacto social que nos represente a todos.
Abrir los espacios para que los jóvenes, desde sus aulas, discutan sobre su país es hacerlos comprender que lo que importa no es solo “su ombligo” sino también el de quienes nos rodean, dándoles el poder, a partir de la opinión, para que cualquier cambio futuro se lidere desde la participación, no desde la apatía o la violencia. Ahora que viene la discusión más esperanzadora en años de historia de Chile, abramos y empujemos la discusión en todos los ámbitos, escuelas, liceos, colegios, institutos, universidades, cabildos y dentro de nuestras familias, para que cada uno, desde su lugar, aporte a quienes nos representarán en la constituyente para hacer de nuestra futura carta magna una casa de todos.
Sin embargo, para que esta nueva Constitución sea duradera, es fundamental que nuestras futuras generaciones sean educadas cívicamente a partir de lo que tanto nos ha costado construir como país, sin dejar, nunca más, que estas discusiones sean entregadas solo a una elite del país … no hacerlo sería reproducir la desigualdad por la que tanto se ha luchado.