Dicen que las aguas termales gozan de cualidades curativas y beneficiosas para la salud, pero un estudio reciente apuntaría también a efectos negativos. “Este último verano fui a tomar muestras y vi que son aguas muy coloridas, con arsénico, hierro y olor a sulfato. En altas concentraciones y por un largo periodo, esos metales nativos no son buenos para la salud y pueden generar lesiones cutáneas y cáncer a la piel”, advirtió la doctora en Botánica Shrabana Sarkar, miembro del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CIEAM) de la Universidad Católica del Maule.
Sarkar lleva adelante el primer estudio en torno a la contaminación de aguas minerales que brotan del suelo a la superficie en la región. “Todas las aguas termales están directamente conectadas al río y llegan por lo tanto a terrenos dedicados a la agricultura. Eso resulta muy preocupante”, enfatizó.
Experta en biotecnología microbiana, la académica intenta usar los mismos microbios que viven en el ambiente, para limpiar el agua. “Varios microorganismos que prosperan en entornos extremos, como las aguas termales, forman polisacáridos para sobrevivir a los efectos nocivos de esas circunstancias, como las altas temperaturas. Los polisacáridos tienen una carga negativa que puede utilizarse para la bioacumulación y biosorción de metales pesados tóxicos, funcionando como un mecanismo para la biorremediación de aguas contaminadas”, explicó.
En el marco de su tesis doctoral para la Universidad de Burdwan en India, la científica encontró hace unos años una solución similar para las aguas residuales de la masiva industria textil en su natal Rishra, en West Bengal. “La reacción del polisacárido al ambiente extremo sirve como mecanismo para modificar o degradar la estructura de los colorantes. En el fondo, decolora y limpia el agua”, destacó.
Sarkar participa en un proyecto inédito financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID), que busca generar una red de expertos en el uso de polisacáridos en el tratamiento de aguas contaminadas. Sus hallazgos fueron publicados por la prestigiosa revista académica “Springer Nature”, perteneciente a una editorial germano-británica.