Hace más de medio siglo, con mi colega periodista Fernando Reyes Matta, escribimos un libro no muy extenso titulado “Cuba, diez años de revolución”. Estaba bella y adecuadamente ilustrado por Vittorio di Girólamo.
Era una obra que solo pretendía, como era frecuente en esos años, entregar un informe de lo que había ocurrido en la isla caribeña, en América latina y en el mundo desde el 1 de enero de 1959, cuando el dictador Fulgencio Batista decidió que lo mejor para él era huir rumbo a Estados Unidos.
No tenía más propósito que salvar su pellejo, pero como se anotó en el libro, marcó el comienzo de “un proceso que transformaría el esquema de relaciones en América y en el mundo entero”
Los años 60 fueron los años de lo que se llamó “la década prodigiosa”. En nuestro continente era una época rebosante de esperanzas. A los jóvenes de todo el mundo les entusiasmaba que Cuba viviera un proceso épico que en África y Asia parecía estarse replicando a la sombra de la descolonización.
En mayo de 1968 estalló un momento glorioso en las calles de París cuando los universitarios franceses se apoderaron de una provocativa frase de Herbert Marcuse: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.
Ya en esos años, las ilusiones generadas por la gesta épica de Fidel Castro habían colisionado con una frustrante realidad. La revolución se había convertida en una versión caribeña del marxismo- leninismo. El castrismo, a la defensiva desde Bahía Cochinos (1961), había hecho suyo un fatídico grito de guerra (“Patria o muerte”) equiparable a la brutal consigna de “¡Abajo la inteligencia, viva la muerte!” del general franquista José Millán Astray.
El tiempo no ha pasado en vano. Hoy ya está muerto Fidel Castro, el líder carismático, y desapareció la vieja guardia revolucionaria. Cuba es ahora un fenómeno sorprendentemente fuera de lo común. Sobrevivió al derrumbe de la Unión Soviética y de Alemania Democrática, sus sostenedores por largos años. Venezuela, que le dio oxígeno -petróleo, en realidad- está sumida en su propia tragedia. Parece imposible que el régimen siga resistiendo tras perder sus principales apoyos externos. Pero lo ha logrado… hasta ahora.
Aunque el panorama en calles y caminos finalmente ya cambió y los autos norteamericanos de la década de los 60 están siendo desplazados por vehículos chinos y de otras procedencias, la vida se ha vuelto durísima. Los servicios de salud, una excelente bandera propagandística, no han logrado controlar el Covid-19.
Aunque se sigue culpando al bloqueo de Estados Unidos, el peor enemigo del régimen cubano resultó ser la revolución tecnológica. Las herramientas de comunicación en uso han permitido en las últimas semanas una inédita coordinación mediante los celulares, Internet y las redes sociales, como denunció el propio Díaz-Canel.
Y lo que se ha extendido con la misma velocidad del contagio del Covid-19 puso en jaque verdades y consignas oficiales. En vez de gritar “Patria o Muerte”, los cubanos en las calles y parques de La Habana y otras ciudades, cantan, desafiantes, un nuevo himno: “Patria y vida”.
Hace 50 años, los autores de “Cuba, diez años de revolución”, no podíamos imaginar esta poderosa realidad.
Tampoco lo imaginó Fidel Castro.