En estos días, el protagonismo político así como la definición de la agenda pública no la marcan los votos. El peso electoral hace rato que perdió relevancia en el escenario nacional. Hoy actores como el PC, con la violencia de por medio, y el FA, con sus luchas intestinas imitando la vieja política, son los que la llevan. Ambos con sus respectivas estrategias, juegan a diferenciarse y apuestan a ganarle a la ex Concertación o Nueva Mayoría buscando encantar al voto nuevo, voto joven que se pronunció mayoritariamente el 25 de octubre y que no había dicho presente en ninguna de las elecciones anteriores.
En parte se puede deber a lo expresado por el senador Guido Girardi cuando dice que “hay un déficit de la izquierda, que es su mayor pecado, de no haber podido construir un futuro para Chile” o dicho de otro modo, ofrecen una propuesta de futuro de un mundo que ya no existe. Esto sin duda se torna atractivo para las otras izquierdas y así poder ocupar ese vacío que están dejando las coaliciones en declive.
También es necesario tener presente en este análisis el desgaste del Frente Amplio después del promisorio futuro que se le imaginaba después del 18 octubre del estallido social, lo cual se debe según Héctor Soto, “a que es una típica elaboración política de las elites capitalinas, que no reflejan el real sentir de las grandes mayorías ciudadanas ni tampoco de los jóvenes del país”.
El estallido no fue de izquierda ni de derecha, fue producto del alcachofazo de la gente, en especial de la capital, que se cabreó del dominio centralista y endogámico asfixiante que ha gobernado el país. Esto, en todos sus ámbitos, mejorando su PIB, pero no el que le llega a todos, lo que hizo incluso causa común con las regiones y la desigualdad territorial.
La gente se aburrió de avalar la construcción de un país elitista y segregado, del cual nunca se sintieron parte, porque además nunca los invitaron a sentarse en otra mesa que no fuera la del pellejo, en pocas palabras, donde la alegría ni los tiempos mejores nunca llegaron.
Otra pregunta clave, para esta época, es si la cuestionada elite que ahora acarrea esta tremenda crisis de confianza podrá dar el ancho en un proceso más participativo y donde el volante lo tendrán muchos y muy distintos y, no los pocos de siempre. Nos tocó levantarnos en un país distinto, decía alguien, no es así, el país en que vivíamos era un país impuesto e imaginado por “ellos” y no por “nosotros”, los que habitamos en el país real.
Una elite en perpetua guerra civil y, como tal, mucho más polarizada que la base, esto en un país súper centralizado con una sobreproducción de elites y localizadas en una superficie metropolitana acotada a un grupo de barrios y ghettos académicos. Las brechas socioculturales dan cuenta de lo anterior, por lo cual sería muy sano volver la mirada a los territorios, a la añorada provincia.
El fin de la transición, el quid del cuento político nacional es otro tema. Primero se pensó que la transición terminaba con un socialista como Lagos entrando a La Moneda, después se creyó que sería el que una mujer socialista entrara a La Moneda, como lo fue Bachelet y nada menos que en dos oportunidades. Luego se creyó que al llegar la derecha eligiendo democráticamente a Piñera para ocupar La Moneda, también dos veces, podría ser, pero nadie sabe.
A lo mejor, tendremos que esperar que un comunista sea elegido democráticamente, en un segundo o tercer intento como Allende, para que entre a La Moneda a administrar el modelo recauchado y le ponga fin a la transición.