Para la mayoría de los norteamericanos y para prácticamente todo el planeta, el pronunciamiento del Colegio Electoral marcó el final de la era Trump. Pero quien ya ganó el título como el político más porfiado del mundo, no da su brazo a torcer y sigue defendiendo su supuesto triunfo en las elecciones norteamericanas.
Después que los republicanos más recalcitrantes lo empezaron a abandonar, a Trump solo le queda la posibilidad de que renuncie para que, como su sucesor interino, el vicepresidente Mike Pence le otorgue el perdón por los delitos federales por los cuales es investigado. Este no es un tema para el presidente electo Joe Biden.
En entrevista con Time explicó su posición: “Mi Departamento de Justicia tomará decisiones basadas en los hechos. Son los abogados del pueblo; no son mis abogados. Nunca voy a levantar el teléfono y decir: ‘Perdonen a fulano de tal’ o ‘Salgan y procesen a fulano de tal’. Creo que la ley y la circunstancia deberían surtir efecto. No estoy sugiriendo que (Trump) sea procesado o no. Pero no me involucraría en eso prematuramente”.
Aunque no ha renunciado a ninguna de sus responsabilidades, es evidente que Biden no abusará de sus prerrogativas. Nunca, por ejemplo, se adelantará a codazos para salir en la foto. Fue lo que hizo Trump en Bruselas, en 2017. Mientras caminaba con otros líderes de la Otan, empujó al primer ministro de Montenegro, Dusko Markovic, para situarse en primera fila. Para lograrlo tuvo que golpearlo sin miramientos en el brazo.
No es el único aspecto en que se nota la diferencia entre quien se va de mala gana y quien llega. El presidente electo se ha comprometido a que su entorno estará marcado por el pluralismo y la diversidad. Empezó con las designaciones de Antony Blinken, un experimentado diplomático, como secretario de Estado, y de un cubano estadounidense para el Departamento de Seguridad. Su gabinete incluye a la primera mujer directora de inteligencia y un puesto especial para el clima, que ocupará el ex secretario de Estado John Kerry. El jueves agregó a la lista a Deb Haaland, una “nativa americana” (de “un pueblo originario”, decimos en Chile) en el Departamento de Interior.
Estas designaciones, que deben ser confirmadas en el Senado, han sido recibidas con optimismo en el mundo entero. Hasta los mandatarios más reticentes han sumado sus felicitaciones. Desde nuestra perspectiva, la gran interrogante sigue siendo cómo se proyectará este nuevo estilo en las relaciones con nuestro continente, considerado por años como el “patio trasero de EE.UU.”.
El debate se está centrando en el “excepcionalismo” una arrogante expresión que políticamente justifica cualquier intervención. Según el científico político Stephen Martin Walt “el excepcionalismo representaría la convicción de que ‘los valores estadounidenses, su sistema político e historia son únicos’, lo que le otorgaría la legitimidad de desempeñar un ‘papel internacional diverso y positivo’”.
En un análisis en The New York Times, Vanni Pettinà, profesor del Colegio de México mira el futuro con optimismo, porque “Joe Biden, quien conoce bien la región, tiene la oportunidad de reconfigurar las relaciones entre Estados Unidos y sus vecinos del sur. Es una tarea sin duda difícil, pero también una oportunidad única.
Y sería, claro, el final-final de la era Trump.