Fue un golpe inesperado. Solo cuando China entregó los primeros informes de “casos de neumonía” ocurridos en diciembre de 2019 en Wuhan, se enteró la comunidad mundial que se enfrentaba un impredecible futuro en materia de salud.
El virus había iniciado su agresivo periplo. El 3 de marzo de 2020 se confirmó el primer caso en Chile. El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente que se trataba de una pandemia. Fue bautizado como Covid-19.
Pese al historial de plagas que arrastra la humanidad desde que Moisés lograra con su ayuda la liberación de los judíos de Egipto, nadie ha estado realmente preparado para una contingencia de este tipo.
Salvo, tal vez, Bill Gates, el mítico creador de Microsoft.
En 2015, en una conferencia en Vancouver, Gates lanzó una inesperada advertencia: Si algo mata a más de 10 millones de personas en las próximas décadas, es probable que sea un virus altamente infeccioso en lugar de una guerra. Sus palabras tuvieron escaso eco en ese momento. Pero en los últimos meses han sido recordadas recurrentemente. Hay quienes piensa que Gates es un profeta. Otros lo acusan de ser un conspirador en busca de ganancias con el negocio de las vacunas o, incomprensiblemente, que quiere la aniquilación de la humanidad.
Las contradictorias opiniones se explican porque, en los quince meses transcurridos desde el comienzo de la pandemia, las respuestas han sido lentas, titubeantes y poco eficaces.
En casi todo el mundo el virus ha generado duros debates que han causado la caída de ministros de Salud, que son (o deberían ser) los principales estrategas del combate. Y en muchos lugares, los aplausos del comienzo se convirtieron en amargos reproches. Angela Merkel es el símbolo, de este castigo de la opinión pública, aunque quienes han sido evaluados de la peor forma son Donald Trump y Jair Bolsonaro.
La semana pasada, en todo el mundo, el balance era desolador: dos millones ochocientos mil fallecidos y casi 130 millones de personas infectadas. Aunque el proceso de vacunación ha generado un justificado optimismo, sus resultados no dan tranquilidad… hasta ahora.
El informe de la misión científica de la OMS, encargada de buscar el origen de la pandemia de coronavirus en Wuhan, solo sirvió para crispar aún más el ambiente internacional.
Concluyó que lo más probable es que el Covid-19 haya pasado del reino animal al ser humano con el apoyo de murciélagos o esa curiosa delicia gastronómica oriental, el pangolín. Sin embargo, aún no se ha determinado cómo ocurrió. Tampoco descarta, como insinuó en su momento Donald Trump, si fue un producto creado en un laboratorio chino.
En los últimos días, los chilenos hemos sido bombardeados por visiones antagónicas. Pese al éxito de la vacunación, desde más allá de las fronteras se insiste en criticar el manejo de la pandemia. Desde el Gobierno, en cambio, se rechazan las críticas: tajante, el ministro Enrique Paris dijo: Tenemos derecho a mostrar lo que hacemos, a estar orgullosos del trabajo que hacen nuestros funcionarios de salud (…) ¿Por qué no lo vamos a decir? Si eso causó una falsa sensación de seguridad, eso es lo que hay que revisar. ¿Quieren que no anunciemos nada de lo bueno? Pudiera ser una tardía reacción ante la mala comunicación inicial
En verdad, lo único claro es que en Chile no tenemos (ni comemos) pangolines.