Mónica Carreño, académica de la Escuela de Pedagogía en Educación Básica de Universidad de Las Américas, explica que no solo el confinamiento por la alerta sanitaria mundial provocó trastornos en la educación en Chile, sino que desde antes de la emergencia por Covid-19, el sistema educativo presentaba poca efectividad en el logro de los aprendizajes y en el desarrollo de habilidades para el siglo XXI.
El problema emergente, según señala la educadora, fue que no todos los colegios lograron llegar a la tecnología, agudizando las brechas en sectores urbanos y rurales del país. “Tal efecto, sostiene la desigualdad en la adquisición de conocimientos, ya que no se cuenta con tecnologías necesarias para poder conectarse a las clases, generando deserción escolar en aquellos establecimientos o familias que no poseían recursos como internet o dispositivos para acceder a una educación”.
El transcurso de la pandemia mostró una falsa normalización de un progresivo ausentismo, dejando de ser interesante para el estudiante y sus familias ir al colegio. Según explica la profesional de UDLA, “las consecuencias de estos dos años de pandemia no solo afectaron a los procesos de enseñanza y aprendizaje de niños y jóvenes, sino que también en las relaciones sociales de los estudiantes con su entorno, generando situaciones de individualismo y el poco reconocimiento del otro”.
La académica insiste en que hay que generar programas sociales destinados a la retención. “Estas son alternativas para reducir el abandono escolar con el fin de detectar a estudiantes con altos índices de ausentismo y promover la educación como un motor de desarrollo social, no solo para el país, sino que para las personas y sus familias”. En ese sentido, los programas de retención junto con el mejoramiento de la calidad en la educación son decisivos para la disminución de la brecha social y el fortalecimiento de la ciudadanía para el presente y futuro.
Por último, la educadora comenta que la educación requiere permanentes actualizaciones acorde a las necesidades de la sociedad mediante inyecciones económicas orientadas a la mejora de las instalaciones de los establecimientos, sobre todo, en aquellos sectores de mayor índice de vulnerabilidad, los que requieren de establecimientos de calidad, de tal manera que el estudiante se encuentre a gusto y quiera ser partícipe de la comunidad educativa.