Después de más de dos años del estallido social, creo que existe un consenso nacional respecto de la necesidad de cambios. Sin embargo, después de tanto avance, cobra fuerza en algunos medios y en parte de la ciudadanía una suerte de vértigo a la intensidad o magnitud de tales cambios, algunos porque siguen pensando que Chile son ellos ignorando el Chile olvidado, y otros por el natural temor de enfrentarnos a una situación novedosa que no conocemos o que creemos firmemente que no resultará.
Dentro del primer grupo es poco lo que se puede hacer ya que han bregado desde el inicio por un rechazo a cualquier idea de cambio, con campañas mediáticas comenzadas desde el día siguiente del plebiscito que abrumadoramente votó por cambiar la Constitución, hasta la actualidad, no trepidando incluso en caricaturizar, ensuciar y tergiversar las discusiones que se dan en la Convención antes de llegar incluso al pleno de los dos tercios. No se miden en exageraciones como sostener el fin de Chile porque es el fin de Chile como ellos lo entienden, sin la capacidad empática para ver más allá de la imagen que tienen del país.
Sin embargo, el segundo grupo, el del temor o el de las dudas, es distinto, y tal como reclamamos empatía para visualizar las penurias de este Chile desigual, en este momento histórico donde al fin las mayorías han tomado el control de su destino, también es necesario abrir la empatía para comprender los miedos de quienes tímidamente entienden la necesidad de cambios, pero la incertidumbre y la inquietud ante el “cómo será” lentamente los va mutando en inflexibilidad y resistencia.
El problema es que la mayoría que trabaja afanosamente dentro de la Convención explicando, razonando y discutiendo el porqué de cada norma aprobada por el pleno, no le toma el peso a que afuera de la Convención la misma mayoría que votó por ellos está y seguirá estando más expuestos a estímulos y sensaciones que a la racionalidad y necesidad de las normas. Las tres encuestas publicadas a inicio de semana afirmando que la opción rechazo va en aumento son precisamente señales que generan malas sensaciones. Y si a esto agregamos a los seguidores del rechazo aprovechando este momento de incertezas para estimular los miedos, se logra configurar el escenario perfecto para crear malos fantasmas a esta nueva constitución.
Es necesario entonces dar algunas certezas a quienes creen en los cambios, pero están llenos de dudas. Es decir, falta una estrategia más receptiva, por ejemplo, a esa parte de la derecha moderada que sí está abierta a discutir cambios y que choca con una falta de espacio a sus puntos de lucha. Si bien, representan un mundo que durante muchos años impidió cambios en nuestro país, su apertura es una buena noticia para construir este nuevo Chile.
En este sentido, es positivo lo ocurrido esta semana con la aprobación en la Comisión de Derechos Fundamentales (todavía no en el pleno) del “derecho preferente de los padres de educar a sus hijos”, que ha sido un legítimo sentir que ha hecho suyo la derecha y que va en línea con la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Sin embargo, falta algo más trascendente. Falta en la Convención un gran acuerdo transversal, uno en que las distintas visiones puedan confluir en al menos un punto. Si bien, hasta ahora, las alejadas realidades de cada mundo no lo han hecho posible, la proximidad de posturas en la actual discusión del “sistema político del Estado” entrega una oportunidad para lograrlo. Es indispensable entonces alcanzar este acuerdo, que nos dé un sentido de unidad de propósitos y pavimente estratégicamente un camino hacia el apruebo.
Si bien, es un deber moral plasmar al fin lo que las mayorías sueñan de su país, es también una obligación no marginar a quienes son ahora minoría, especialmente cuando una parte de ella ha tocado la puerta desde el inicio para que la dejen entrar en la casa de todas y todos.
José Ignacio Cárdenas Gebauer
Abogado autor del libro “El Jaguar Ahogándose en el Oasis”
Instagram jignaciocardenasg
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