Hay muchas preguntas sin resolver después del ataque al Capitolio en Washington. El futuro de Donald Trump está en duda y también el de sus partidarios. Pero la verdadera, inquietante, incógnita es el futuro de la democracia. Vivimos un período intenso de preguntas sin respuestas. ¿Qué otras angustias y otros horrores nos esperan en este siglo, cuyo trágico estreno se produjo el 11 de setiembre de 2001, cuando fueron atacadas las torres gemelas en Manhattan?
El historiador británico Eric Hobsbawm sostuvo que el siglo XX no duró cien años porque, en la práctica, transcurrió efectivamente entre el fin de la primera guerra mundial y la Revolución Rusa (1917) y la caída del Muro de Berlín (1989).
Un académico latinoamericano ahondó en la idea: Arnoldo Mora, el exministro de Cultura y Catedrático de la Universidad de Costa Rica, escribió que el real comienzo del siglo XX fue la Revolución Rusa, “la primera gran revolución triunfante en el ámbito mundial”.
Se podría pensar que nuestro siglo está recién comenzando. El momento clave es aquel en que la turba convocada por Donald Trump, asaltó el corazón legislativo de Estados Unidos. Los atacantes interrumpieron la sesión en que se consagraba definitivamente el triunfo de Joe Biden, obligando a los congresales a refugiarse dónde y cómo pudieran. En los incidentes, tardíamente controlados, murieron cinco personas, incluyendo a Ashli Babbit, seguidora incondicional de Trump y un policía.
Incidentes parecidos ha habido en todo el mundo a lo largo de la historia. Los británicos, en 1814, quemaron el Congreso junto a otras instalaciones oficiales en Washington. Con insistencia se ha recordado el asalto al Palacio de Invierno, en San Petersburgo, cuando ya había sido depuesto el Zar. Incidentes parecidos ocurrieron varias veces en América Latina. En Madrid, el 23 de febrero de 1981, un grupo de guardias civiles al mando del coronel Antonio Tejero asaltó el Palacio de las Cortes. Se votaba la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo a la Presidencia. Los diputados y las autoridades del gobierno fueron retenidos en el edificio. A la una de la madrugada, el rey Juan Carlos I, vestido con uniforme de capitán general de los Ejércitos, se dirigió a la nación por televisión para condenar a los golpistas y defender la Constitución. El secuestro del Congreso terminó al día siguiente y hasta hoy se agradece el decisivo gesto del Rey.
Donald Trump, que coqueteó en las últimas semanas con un inédito golpe militar, no tuvo ni podía tener la grandeza de Juan Carlos. Luego de alentar a sus irracionales partidarios, finalmente buscó una manera de echar pie atrás, sin reconocer su derrota. El jueves anunció que la transmisión del mando el 20 de enero será normal. No asumió culpa alguna en lo ocurrido ni retrocedió en sus elogios a los atacantes del Capitolio.
Esta historia no ha terminado todavía.
Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo