Bastaba prender la tele para sufrir el efecto villano del morbo. A eso apostó durante semanas la mayoría de los medios de comunicación, en particular la televisión, cuando decidió explotar el dolor ocasionado por la desaparición y muerte del pequeño Tomás Bravo. Y les funcionó. El abordaje sensacionalista sin duda elevó los ratings.
La seductora estrategia, tan barata como popular, dejó rápidamente atrás las lecciones éticas que aprendimos tras la farándula vergonzosa que se tomó los casos de Ámbar Cornejo y Fernanda Maciel.
La cobertura de la tragedia, que incluyó enfrentamientos afuera de un cuartel policial en Lebu y un desfile de fuentes con poco valor informativo, confirmó la indolencia generalizada frente a la desdicha ajena y la escasa compasión ante la severidad de la pobreza. Con toda seguridad, el tratamiento noticioso hubiese sido más ponderado si la familia de la víctima perteneciera a sectores acomodados, con capacidad de presentar una demanda o presionar ante las líneas editoriales.
Pero la avalancha de notas y entrevistas amarillistas también dejó al descubierto una necesidad quizás menos evidente: la urgencia de incorporar a la infancia en la lucha feminista que promueve medios no sexistas.
Abordar hechos que involucran a menores de edad bajo la lógica del show-business, divulgando incluso contenidos denigrantes, es una forma de violencia patriarcal, al constituir una agresión sobre la parte oprimida en las relaciones asimétricas de poder. Es más, algunos estudios ubican a las instituciones de comunicación masiva como uno de los agentes reproductores a gran escala de las mismas dinámicas que sostienen al patriarcado en los espacios íntimos de la vida familiar, donde ocurren violencias en distintas dimensiones hacia mujeres, niñas, niños y adolescentes.
“Camila Vallejo no quiso mover la colita”, “Nabila Rifo se lo buscó” y “Miss Gabinete” son titulares del pasado reciente cuya lógica subyace en la cobertura desmedida y viciosa del caso de Tomasito.
Este año saldré a la calle por mis hermanas, pero también por Tomas Bravo, el pequeño que nadie cuidó siquiera en su intimidad.