Para la gran mayoría de los chilenos, la república de El Salvador es actualmente un lugar remoto y sin atractivos. Pero en el siglo XX despertó un particular interés en algunos sectores. En 1903, cuando era un joven oficial, Carlos Ibáñez del Campo fue comisionado a El Salvador donde se desempeñó como instructor y profesor del Ejército. Participó en una guerra contra Guatemala. Retornó a Chile con el grado de capitán, casado con la salvadoreña Rosa Quiroz Ávila.
Décadas más tarde, en la década de 1980, un grupo demócrata cristiano viajó a San Salvador para apoyar la gestión del presidente José Napoleón Duarte. Los resultados aun se discuten.
Las historias de Ibáñez en El Salvador y de los “salvadoreños” de la DC, están todavía por escribirse. Pero demuestran que ha habido más contactos entre nuestros dos países de lo que se piensa.
A comienzos del siglo actual, Chile y la mayoría de los países centroamericanos firmaron un acuerdo de libre comercio. Los productos salvadoreños más exportados a Chile son muebles de plástico y de metal, textiles y confección, productos plásticos, azúcar refinada, alambre de acero o hierro sin alear, entre otros. Los salvadoreños nos compran madera, manzanas, peras, melocotones, bebidas, pastas y purés de frutas, uvas, vino, papel, cartón y medicamentos.
Para Chile no parece que haya mucho que aprender de El Salvador. Sin embargo, el aplastante triunfo del Presidente Nayib Bukele en las elecciones legislativas y municipales del 28 de febrero recién pasado, debería interesarnos. Y, tal vez, preocuparnos.
Con el 87,67 por ciento de los votos contados, la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA) de Bukele tenía el 53,8 por ciento de los sufragios frente al 31,6 por ciento de la coalición liderada por la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y el 13,7 por ciento del izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
En ese momento, el Tribunal Supremo Electoral sentenció que los datos marcaban “una tendencia definitiva”. Podría interpretarse como un triunfo de las posiciones de centro.
Pero no. Como resumió el diario El País, no hay mucho que festejar: “Bukele es el resultado de la putrefacción política y el desencanto colectivo”.
Hace un par de años, según el Latinobarómetro, El Salvador era el país de América que menos importancia le daba a la democracia. Al 54 por ciento de los salvadoreños le daba lo mismo vivir en una democracia que una dictadura. En otras palabras, el triunfo de Bukele representa el rechazo a la corrupción y a una larga polarización política que se materializó en una guerra civil, Es también, el éxito de la simplificación del debate en las redes sociales.
Cuando llegó a la presidencia en 2019 sin mayoría parlamentaria, Bukele optó por un discurso agresivo contra los otros poderes del Estado y la prensa. Ahora ya no necesita negociar para nombrar al fiscal general, un tercio de los jueces de la Corte Suprema o el procurador de derechos humanos.
Bukele, de manera parecida a Donald Trump. Atrajo a los electores jóvenes, cansados de la corrupción de los partidos tradicionales. Tiene experiencia en el mundo del marketing y la publicidad y en el uso de las redes sociales.
Se consolida en un país donde fracasaron los extremos… incluyendo al centro político. Tal vez nos diga algo a los chilenos.