Hace 5 años nos preguntábamos en una columna por qué se endiosa a las encuestas dándoles una importancia casi de oráculo. La pregunta natural era ¿para qué votamos?
Mencionábamos también que hace mucho rato venía el diablo del mercado metiendo la cola en las elecciones, donde se ha elegido y se siguen eligiendo candidatos, priorizándolos mediante las encuestas, en lugar de elegir o designar a los que tienen más mérito, trayectoria o capacidad.
En el 2005 a la Concertación se le apareció Bachelet arriba de un Mowak, luego surgió MEO como verdugo de Frei y en las presidenciales pasadas un par de rostros mediáticos de lectores de noticias, obligaron a la Nueva Mayoría y al Frente Amplio, pese a sus críticas al modelo económico y sus derivadas como las encuestas como instrumento de medición de todo tipo de tendencias, a ordenarse detrás de ellas. A un estadista como Lagos lo bajaron, como decía Warnken, porque “no marcaba en esas encuestas que ellos transformaron en sus nuevos credos pues se quedaron sin ideales ni ideas.”
Posteriormente, agregaba dirigiéndose a Lagos, “usted es un estadista, una rareza en los tiempos de la política-espectáculo o de la política-negocio.” La novedad de la época que ha trastocado la política nacional.
En concomitancia con los grupos de poder, medios de comunicación y poderes fácticos, las usan para presionar y bajar candidatos o subir otros o dicho de otro modo, en aquel entonces por Fernando García, cientista político de la UDP, “nos sumergimos cada vez más en la política del aplausómetro, que no es otra cosa que la política de la demagogia en una era de la fragmentación posmoderna, donde la política verdadera, la de las ideas, parece solo un juego ingenuo de idealistas.”
Hoy en día el tema pasó de subirse a un Mowak al dedazo de Bachelet a Narváez y de Lavín a Peñaloza. Otros se escudan o refugian en las redes sociales y consultan que les parece tal perfil para presidente, cuando ya lo tienen súper cocinado. Otros como el novel Frente Amplio sondean a rostros externos que cuenten con alta exposición o que ya estén posicionados en las encuestas. La pregunta que cae de cajón es, cuándo creeremos en los ciudadanos.
Antes, como hace poco lo hiciera ver Héctor Soto en un matutino dominical, “los políticos llegaban a una precandidatura después de un largo rodaje. Hoy, es al revés. Más bien se parte por ahí. En una de esas -se dice- el candidato “prende” y yastá. Si no, bueno, qué se pierde.“
En lugar de ordenarse los candidatos por las encuestas, éstas deberían servir para evaluar cuando ya están en la etapa final de su carrera política en el partido y en las coaliciones que los agrupan, no antes. No Hay que poner la carreta antes que los bueyes.
Al final la política está orientada al mercado, pese a todas las críticas del mundo que este recibe. Ya que lo que cuenta es que sea un producto popular, da lo mismo si el político es ducho y tiene dedos para el piano, todo eso pasa a segundo plano porque lo primero es asegurar que sea popular y que sea conocido, solo después se verá si le pega y qué capacidad tiene de ser un estadista. Primero conocido y popular y después veremos si es un buen presidente o un buen político. El mundo al revés, del Mowak al dedazo y las encuestas como el credo de turno.
Diego Benavente