Lo he contado antes. Un amigo mío, diplomático europeo retirado, me dijo, cuando recién empezaba el gobierno de Donald Trump, que en las cancillerías del viejo continente se hacían apuestas acerca de si lograría o no llegar al final de su período presidencial. Una larga y sólida experiencia les decía que Trump, como un elefante en una cristalería, no iba a sobrevivir. Como sabemos sobrevivió. Y sigue sobreviviendo.
No es que los diplomáticos del mundo estuvieran equivocados. Es que nadie tenía idea de la férrea voluntad de salir adelante del nuevo mandatario.
Desafió las tradiciones democráticas; fue imprudente, poco diplomático e inoportuno como cuando (“confianzudamente” diríamos en Chile) puso su brazo sobre el hombro de la Reina Isabel II, o empujó al mandatario de un pequeño país balcánico para ponerse en primera fila para la foto.
Fue un ejemplo permanente de ignorancia y mal gusto que puso en evidencia que lo suyo son los negocios, con o sin respeto de las normas éticas. Su desprecio por las normas de convivencia democrática culminó con la negativa a aceptar la derrota electoral. Pero sobrevivió una vez más. Ya había superado con éxito, gracias a la lealtad de los senadores republicanos, una primera acusación constitucional.
Ahora ante el segundo “impeachment” salió airoso, pero maltrecho. Ya perdió el primer round cuando el Senado decidió que era posible enjuiciarlo aunque ya no ocupara la Casa Blanca. Bastó un puñado de seis votos republicanos para obligarlo a enfrentar la acusación.
Los republicanos disidentes solo sumaron un voto más en la votación final del sábado pasado, pero la demoledora argumentación de los nueve “fiscales” delegados de la Cámara de Representantes, que incluyó videos nunca antes publicados, a la larga puede ser devastadora.
Esta vez el juicio político fue más rápido que el primer proceso contra Trump, que se alargó por veinte días.
Ello le convenía desde luego al propio Trump. Si pensaba que su gran votación en las elecciones de noviembre era una garantía para el futuro, los comentaristas coinciden en que ha perdido gran parte de ese apoyo. Naturalmente sigue contando con la adhesión total de los más exaltados que entraron al Capitolio el 6 de enero gritando que querían “colgar” al Vicepresidente Pence y trataron de agredir a los congresistas, incluyendo la joven demócrata Alexandria Ocasio-Cortez.
El presidente Joseph Biden también necesitaba que terminara pronto el juicio. Ahora su tarea es concentrarse en la gestión de gobierno.
El diario El País de Madrid sintetizó los desafíos: “Después de cuatro años agitados de mandato del presidente Donald Trump -un gobernante que actuó como nunca se vio en los 244 años de vida independiente de Estados Unidos- que terminaron con el asalto al Capitolio y de hecho en una agresión a la democracia, Joe Biden enfrenta enormes desafíos en lo interno y en el frente internacional. Sin duda, de acuerdo con lo que ha anunciado, planteará un drástico cambio de rumbo”.
La enumeración de problemas es larga, pero los más dramáticos son el control de la pandemia, desastrosamente enfrentada por Trump, y, luego, la crisis inmigratorio que se agudizó por su política de expulsiones y el “muro” que propuso para impedir el paso desde México.
Biden no la tiene fácil.