Las libertades y derechos individuales son fundamentales. En sociedades democráticas liberales corrientemente no notamos su importancia, porque podemos contar con ellos. No la pandemia, sino las medidas para hacerle frente por la que han optado la mayoría de los países, han restringido estas libertades. Y ciertamente estas restricciones no están carentes de riesgos. Hoy la humanidad vive, en general, en sociedades extremadamente seguras.
Muchas amenazas vitales tradicionales han sido controladas. Por cierto, hay situaciones espeluznantes en nuestro mundo, pero incluso los miserables de hoy lo son menos que los de ayer. Nunca antes en la historia de la humanidad podíamos esperar alcanzar expectativas de vida, niveles de educación y tasas de sobrevida y alimentación tan altas como las actuales. Esa es una muy buena noticia”, precisa el doctor en filosofía de la Universidad de Tübingen y profesor titular de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Daniel Loewe Henny sostuvo una conversación con El Maule Informa.cl en torno a su reciente libro Ética y Coronavirus (Fondo Cultura Económica, 2020).
Daniel ¿Estas restricciones representan un peligro para una sociedad abierta?
-La otra cara de la medalla es que mientras más seguridades tenemos, más seguridades queremos y, sobre todo, más nos cuesta renunciar a ellas. En cierta medida, nos hemos convertido en seres temerosos. Y es este temor a la enfermedad y la muerte el que explica la aceptación casi total, que se dio en un primer momento, a las medidas restrictivas a las libertades. Y esto implica riesgos. Los seres temerosos en que nos hemos convertido podemos estar dispuestos a renunciar a nuestras libertades en pos de seguridad. Esto no es pura teoría.
Ha pasado en Estados Unidos…
-Efectivamente. En Estados Unidos, después de los atentados a las torres gemelas se restringieron libertades y derechos civiles con el amplio apoyo de la población, y las restricciones se quedaron. En cierta medida, estas restricciones se parecen a los impuestos.
Se suelen introducir para épocas excepcionales y se terminan quedando. En nuestras sociedades democráticas hay, por ejemplo, mucha gente dispuesta a optar por todas las herramientas tecnológicas disponibles de vigilancia para controlar la enfermedad. No estoy haciendo proyecciones acerca de cómo será el mundo. Simplemente estoy haciendo notar que este es un riesgo que no debe ser subestimado.
“Somos una especie eminentemente social”
Daniel, ¿qué límites debe tener el Estado para fijar estas limitaciones?
-Todas estas restricciones tienen consecuencias profundas en nuestra vida, y muchas de ellas son muy negativas. Las económicas son las más evidentes, pero dado que la economía juega un papel sistémico en nuestras sociedades, son las vidas individuales las que se ven afectadas. Disminuye el poder de compra, se pierden empleos, se amplía también la brecha educativa. Probablemente este es el año en que le quitamos a muchos niños la posibilidad de superar la pobreza. Todo esto nos afecta también anímicamente.
Somos una especie eminentemente social que ha logrado su enorme éxito evolutivo mediante estrategias de cooperación, y por tanto estar separados de los otros se nos hace muy difícil. Aumenta el estrés, las enfermedades mentales, pero además aumenta la violencia de género, los abusos sexuales, etcétera. Y dado que todo esto tiene consecuencias en nuestros comportamientos y sistema inmunológico, también aumentarán previsiblemente ciertas enfermedades cardiacas y tipos de cáncer.
El impacto es profundo
-Claramente. Hay estudios hechos en situación de depresión económica profunda que muestran que perder el empleo en esa situación significa perder un año y medio estadístico de vida. Tal como en el caso de la pandemia, también aquí se trata de pérdida de vidas, sólo que ellas no ocurren ahora, sino que en el futuro. Pero no hay razones para considerar que evitar una de esas pérdidas deba tener primacía absoluta sobre las otras. Si bien la pandemia implica un riesgo inminente, todas estas condiciones negativas no deben quedar desatendidas al examinar el modo de enfrentar la pandemia. Estas restricciones deben ser tan acotadas en extensión, así como temporalmente como sea posible, para evitar el colapso de los sistemas de salud, que es el gran riesgo de la pandemia. Pero no deben extenderse al punto de tratar de eliminar cualquier riesgo de enfermedad y muerte.
Si la vida está en juego, ¿se justifican las limitaciones?
-En principio, hay buenos argumentos para limitar libertades y derechos fundamentales cuando su uso hace que peligren las libertades y derechos de otros. Es decir, se restringen libertades en pos de las libertades mismas. Este parece ser parcialmente el caso de la pandemia, en que el uso que algunos hacen de su libertad agregativamente puede dañar a otros al aumentar la tasa de propagación del virus. Pero nótese que la protección de la vida no se puede llevar a cabo a cualquier costo. Lo que estoy diciendo no es algo esotérico.
La protección absoluta de la vida no es lo que guía nuestra vida individual, y no es tampoco lo que anima a las políticas públicas. En nuestra vida todos nosotros realizamos permanentemente ponderaciones, y muchas veces privilegiamos disfrutes hedónicos por sobre la protección de la vida. Lo hacemos cada vez que descorchamos una botella, encendemos un cigarrillo o practicamos un deporte extremo. Y las políticas públicas no aspiran exclusivamente a proteger la vida. Una operación de caderas no aspira a salvar vidas, sino que a mejorar su calidad. No aspiramos a que las políticas públicas salven vidas a cualquier costo, porque eso implicaría sacrificar otros bienes que también son valiosos para nosotros y que no tienen nada que ver con salvar vidas (como orquestas juveniles, velocidad de traslado, etcétera). Si protegemos la vida a cualquier costo, la vida protegida se transforma en un envoltorio vacío carente de todo aquello que le da valor y que nos permite crear un sentido. Proteger la vida frente a la muerte y la enfermedad no puede llevarse a cabo a costa de todo aquello que da valor a la vida.