TALCA.- Sea veraz o no, comprobada o sin fundamento, en el acceso y difusión de información los excesos también son perjudiciales. Con la crisis sanitaria mundial por COVID-19, corporaciones de todos los tipos y tamaños, así como personas naturales, se han dedicado a publicar información relacionada con el coronavirus, planteada desde distintas ópticas e intereses. No obstante, esta sobrecarga de datos, denominada en la coyuntura actual por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “infodemia”, puede registrar efectos negativos, cuya responsabilidad recae en los diferentes actores de la sociedad.
Agotamiento cognitivo y emocional son dos de las consecuencias, dada la imposibilidad de procesar todos los datos de manera reflexiva. Así lo plantea el vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Chile en Talca, Dr. Víctor Yáñez, para quien la “infodemia” no es un fenómeno nuevo que derive de la crisis mundial actual, sino que tiene sus antecedentes en el siglo XX cuando los medios de comunicación ganan un espacio en la vida cotidiana, cargando a los sujetos de abundante información.
“La `infodemia´ parte en este exceso de información que le impide al ciudadano común procesar dichos datos y, al no procesarlos, se produce una situación tóxica, tanto emocional como cognitiva, porque se tiende a creer aquello que se reitera por una búsqueda de certeza natural que es la búsqueda de la confianza”, explica.
Este escenario puede conducir a comportamientos inapropiados, como el caos, desconfianza en las instituciones públicas y agudización en la crisis. Pero ¿se han tomado los resguardos necesarios para que este exceso de información no continúe su propagación ante el impacto mundial del COVID-19? ¿Cómo se discrimina o regula esta información?
Como si se tratase de otro virus, la “infodemia” afecta cada vez a más personas, por lo cual se trataría de “la otra pandemia”.
¿La otra pandemia?
Propia del mundo contemporáneo, la “infodemia” se reconoce como una práctica cuyo agente movilizador es la misma sociedad. “Seríamos nosotros en lo consciente e inconsciente los que produciríamos la epidemia informativa y me refiero a nosotros no sólo a personas naturales, sino también instituciones, ciudadanos, gobiernos, empresas, medios comunicación y colectivos sociales”.
Yáñez señala que existe una tendencia a no discriminar entre el cúmulo de información recibida. Asimismo, se suelen estigmatizar ciertos contenidos difundidos bien sea por medios de comunicación tradicionales y digitales o a través de la red de difusión de grupos y personas de influencia, discursos hegemónicos que no siempre serán del Estado.
“La información que se repite se transforma en un código al que uno le da significado. En la medida en la que más se repite, le doy mayor estado de realidad, por lo tanto, puedo tender a pensar que esa realidad es verdadera y estigmatizarla o legitimarla”, comenta.
A juicio del Dr. Yáñez, no ser una sociedad responsable, reflexiva e incidente sigue siendo la principal causa de estas prácticas. “No hay una ciudadanía deliberante, no pensamos en las dimensiones de lo social porque no somos críticos y reflexivos, porque las bases ideológicas y culturales de este país distan mucho de una posibilidad cierta para un desarrollo integral y no hablo sólo de riqueza material, ambiental o económica, sino de los patrimonios de base que podemos transmitir entre generaciones: discurso, lenguaje, tradición y cultura”.
Cuestión de perspectiva
La hiperconectividad de los sujetos, motivado a los avances tecnológicos, ha promovido una sobreabundancia de información, en la cual se reiteran códigos y mensajes a los que se les atribuyen significados y valores de realidad, con base en las expectativas y perspectivas de vida de quienes reciben ese mensaje.
Sin embargo, a juicio del académico, los medios de comunicación no serían los únicos responsables en esta dinámica. Al tratarse de un fenómeno global, involucra y afecta de diferentes maneras a los actores sociales, desde los Gobiernos hasta el usuario. Dado el impacto mundial del COVID-19, las circunstancias son mucho más complejas y visibles.
Yáñez detalla que tanto jóvenes como adultos utilizan los medios de comunicación como formas de evasión y distracción, para salir del espacio confinado aun cuando se permanezca en él; y como un espacio de verificación para buscar certeza respecto a lo que ocurre en otros lugares. Al no poder discriminar entre tipos, contenido y propósito que persigue esa información, se generan complicaciones. De ahí que sea necesario diferenciar entre información veraz, falsa información e información políticamente maliciosa.
Crear conciencia
A propósito de generar conciencia sobre las causas y consecuencias de la infodemia, así como de la responsabilidad social que todos los ciudadanos, en la difusión, discriminación y regulación de la información, la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades y la Dirección de Vinculación con el Medio de la casa de estudios superiores, han creado la campaña “Infodemia: la otra pandemia”, la cual, a través de la vocería de académicos expertos se entrega sugerencias básicas como: basarse en fuentes válidas (información científicamente comprobada o sustentada en instrumentos de medición) y confiables (información acreditada por su oficialidad normativa y social).
¿Cómo poder controlar esto en el ámbito normativo, ético y cultural?, se pregunta Yáñez, para quien el escenario antes descrito es resultado de “aspectos culturales e históricos de un país”.
A propósito de preparar a los usuarios para discriminar entre toda la información disponible, es necesario un cambio en el modelo educativo actual, hacia uno que promueva el análisis crítico y reflexivo de la información, capaz de establecer distinciones. Para alcanzar dicho pensamiento, se requiere promoción cultural y comprensión lectora, es decir, amplitud de perspectivas.