La intención era buenísima. La campaña, iniciada con un video expresamente destinado a un público adolescente, pretendía visibilizar y enfatizar el rol de los niños, niñas y adolescentes como agentes movilizadores de cambio en defensa de sus propios derechos.
Lo malo fue que este propósito tropezó con una profunda falta de comprensión del significado de sus afirmaciones. La más discutible es, sin duda, la invitación a saltarse “todos los torniquetes”. El sentido metafórico que le atribuyó la Defensora de la Niñez, Patricia Muñoz, ignora una cruda realidad: en octubre de 2019 el Metro de Santiago sufrió una sustancial pérdida económica precisamente porque centenares de adolescentes optaron por saltarse los torniquetes.
En este punto, resulta penoso que, ante las críticas, la institución sostuviera oficialmente que el contenido del video fue malinterpretado.
Es hora de recordar -y esto se remonta a los tiempos bíblicos- a la torre de Babel, el peligro que implica la pérdida de un lenguaje compartido por toda la comunidad. En Babel, Yahvé castigó la soberbia de sus habitantes cuando quisieron construir una torre cuya cúspide tocara los cielos. Conforme el texto del Génesis, el castigo consistió en la confusión de “la lengua de la tierra toda”.
Pese a la distancia y a los miles de años que. nos separan del relato bíblico, deberíamos tomar en cuenta su clara advertencia. La comunicación es la base de la vida en sociedad, igual como entendemos actualmente el valor de la democracia. Más aún, sin buena comunicación (libre y comprensible por todos), se pierde la esencia de la vida democrática. Así de simple.
Por desgracia, vivimos años de ambigüedad en que las palabras no significan lo mismo para todos.
No es un fenómeno nuevo, pero que se ha acentuado debido a los recursos tecnológicos. Se ha visto con claridad en el caso del gobierno de Donald Trump, cuyo lema podría ser “gobernar es tuitear”. Pero hay ejemplos más cercanos. El Presidente Piñera, cuando dos jóvenes fueron baleados por un carabinero en Talcahuano, calificó el hecho como un “accidente”. El subsecretario Francisco Galli etiquetó como un “utensilio” un arma de guerra, una metralleta Uzi. Son ejemplos llamativos, pero no los únicos.
Uno de los mitos chilenos respecto del uso del idioma es que “hablamos mal”. Cuando llegaron las primeras “nanas” peruanas a cuidar niños en nuestro país, nos convencimos de que las generaciones futuras hablarían mejor. Pero no es un problema de pronunciación, lo grave es que somos vagos, imprecisos y desbordantes de muletillas que no dicen mucho. No es solo hablar de la “huevada” (huevá, en rigor), sino de algo más profundo. En el periodismo escrito, por ejemplo, se dejaron de lado las descripciones, porque se pensaba que la TV las hacía innecesarias. En los medios no se cuidan las concordancias, ni los nombres de personas o lugares. Se confunden los términos. Se habla de “billones” (millón de millones) cuando se quiere decir miles de millones. Como se vio hace poco en la Academia Chilena de la Lengua, preferimos toscas expresiones en inglés a las propias. Ascanio Cavallo recordó que “webinar” es, con seguridad, el peor término en nuestra vida cotidiana.
Vale la pena subrayar que el lema de Academia es “unir por la palabra”. Ojalá lo practicáramos todos, incluyendo a la Defensora de la Niñez.
Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo