Ayer compraba en las afueras del parque unas acelgas frescas. Cuando regresé al auto, observo que el soporte del celular estaba vacío… Me habían sustraído en un instante mi teléfono.
Volví a mirar y revisar la funda en que lo llevo al cinto. Pero no, no estaba. Miré alrededor y la vida seguía su curso, la gente en un ir y venir, proveyéndose de frutas, verduras y productos de la tierra. Le dije a los que me surtieron, pero solo hubo una levantada de hombros.
¡Qué soledad e impotencia inmensa sentí! Fui consciente que nada podía hacer. ¡Había quedado sin celular…!
Hoy por hoy el teléfono móvil es un instrumento de trabajo, comunicación rápida y en cierto modo indispensable. Las llamadas, el correo, los mensajes, los videos o video llamadas, las fotografías e imágenes, los documentos, las planificaciones de traslados, etc.
Además, está la conexión con el banco y las diferentes apps, con las que se realizan diversas labores u operaciones. Es como andar con un escritorio. Está la información reunida en un aparato que te acompaña y desde el cual lees o escuchas las noticias, tienes a tus contactos, te asomas a las redes sociales y al múltiple amplio mundo de la virtualidad digital. En el área de la historia y del patrimonio, uno puede acceder a documentos y hasta libros, donde los años y siglos se pueden acercar…
Quedé, pues, sin celular. ¿Y ahora qué?
Los que reciben mi noticia, me dan una especie de pésame… Hay una compasión, porque todos saben que el móvil es un instrumento imprescindible en los trajines actuales.
Pero, ¿es indispensable de verdad? Esa es la cuestión.
Al quedar “desconectado”, lo cierto es que no puedo revisar los correos, ni los mensajes, ni “navegar”. Vuelvo, entonces, a estar solo, sin ese instrumento que nos ata, a tal punto, que lo tenemos al lado nuestro en cada afán nuestro.
¿Acaso nos aturde y esclaviza?
Son innegables las virtudes que poseen estos aparatos, prodigios de las nuevas tecnologías de la información. Pero también, creo, hay que prevenir y observar.
Por eso, estoy disfrutando, casi regresando a vivir sin el celular por unos días, hasta que llegue el que me prometieron de regalo.
Por ahora, suple el celular prestado de mi señora. Pero, en él no están los registros de mi número, que debí bloquear, con todos los trámites correspondientes, para que las redes de la virtualidad no me sigan asaltando…
Ahora, tengo estos días para mirar más atentamente otras cosas. Sin el celular mío, estoy más despejado, puedo reflexionar otras cosas que nacen de mi interior. No estoy pendiente de lo que está calendarizado.
Quedé sin celular.
Es una experiencia buena quedarnos sin móvil telefónico. ¿Cuánto nos puede apresar este artefacto? Cuando vuelva a tenerlo en mis manos, procuraré ser más precavido.
Pero también, me empeñaré en no estar tan atado a él.
Hay veces que una perdida hace bien…
Horacio Hernández Anguita