Hace 15 años, el pasado 21 de septiembre, falleció en nuestra ciudad don Carlos González Cruchaga. Al hacer memoria de él, conviene tener en cuenta que desde sus inicios la comunidad cristiana consideró al obispo como un verdadero vigía, centinela atento a la vida de la fe, la esperanza y el amor del pueblo creyente encomendado a su cuidado. A este encargo de pastor y guía le corresponde también el de profeta y celebrante litúrgico de los misterios de Cristo vivo que actúa en la historia.
Es la consciencia de estar ante un sucesor de los apóstoles, que hace presente la comunión con la Iglesia universal.
El aniversario de la muerte de don Carlos, nos hace rememorar a un vigía destacado. Centinela de la fe y de la dignidad humana, su personalidad firma, ha dejado una huella profunda en la Iglesia no solo de Talca y en Chile, sino más allá. Tuvo una irradiación como pocos, en círculos que no tenían contacto alguno con la fe. De carácter algo esquivo, parco, alegre, recio, había en él cercanía, ternura y distancia. Un rostro y mirada de bondad. Muy pronto advirtió que ser pastor requería del actuar comprometido y auténtico de vigía en tiempos convulsos donde se conculcaron derechos fundamentales y se denigró la dignidad de compatriotas en el país. Defendió, por eso, al sufriente, al pobre, al desamparado.
Allí, cuando no era fácil y había temor en plena dictadura, levantó con firmeza su voz y se jugó por resguardar el derecho de los suyos, que para él fueron siempre todos. Cada hombre y mujer, independiente de su creo u opción política, necesitaban de su ayuda. ¡Es que la causa de la justicia hace parte del evangelio!
Pero la vigilancia que brindó transcendió a esas circunstancias dolorosas y obscuras. Lo muestran sus muchos e inspirados escritos que publicó en vida y que luego se han seguido editando. Es sorprendente conocer los incontables, variados y plurales vínculos de personas que lo reconocen y recuerdan como padre, consejero y amigo.
Estaba en don Carlos el empuje de un dinamismo renovador para la Iglesia como pueblo de Dios, con la participación responsable y madura de los laicos. Impulsó con perseverancia el compromiso audaz con los sucesos históricos actuales según el Vaticano II y magisterio latinoamericano.
En su enseñanza directa fue siempre breve, punzante, propio de sentencias. Pues el evangelio y su anuncio son provocadores, inquietantes. Este aspecto me parece que sobresale en nuestro obispo que recordamos: actitud de vigía que jamás está conforme con la aparente quietud y la satisfacción de fáciles acomodos. Don Carlos estaba alerta a cada momento de la hora presente, para no permitir que triunfe esa tendencia natural y humana a instalarse y alardear de éxitos falsos. Esto último suele ocurrir hoy en Chile con cierta complacencia, tanto en lo social, en lo político y en lo económico, a pesar de crudos desencantos y malestares reclamados. Esto puede ocurrir incluso en la vida de fe, donde hay perdida del frescor, con deformaciones aberrantes. Pues uno de los mayores peligros en el hombre es la instalación aburguesada, la comodidad mezquina y rígida.
Don Carlos González nos lega un espíritu valiente y vigilante que jamás cede al acostumbramiento malsano y embota la existencia. A ésta la encara tal como es: con su dureza y alegría, con las injusticias escandalosas y misterios que esconde. Lo hizo ante su enfermedad, con serena paz y fortaleza de ánimo. Por ello con estilo sobrio pregunta, cuestiona, incita a discernir: “¿Y qué hiciste con tu hermano?”, “¿Quién es Jesús?”. Hay, pues, que ¡estar despiertos!: acaso se filtren solapados en nuestro interior, secretas reservas, intereses sórdidos, ambiciones atropelladoras, temores cobardes al poder, o pasiones enfermizas que adulteran la vida cristiana.
Jesús -Maestro y norma- es la Palabra eterna que, encarnada, toca al corazón de cada uno. Quienes lo escuchan son aquí desenmascarados, allá acogidos… Será el rico, el dirigente religioso o el propio discípulo que le cuesta comprender… Pero siempre la Palabra Viva pide la respuesta inmediata, plena.
Un regalo haber contado con el temple de este obispo inquietante de la Iglesia, de la que es testigo y a la que sirvió abnegado. Para Universidad Católica del Maule, de la que fuera el fundador y primer Gran Canciller, queda la herencia de un amor a la verdad y estudio diligente de ella, que tiene sentido si se realiza en la entrega y servicio consagrados a los habitantes de esta región en procura de una vida más noble y digna.
Desde la morada eterna, donde habitan el amor y la justicia, este vigía inquietante permanece cuidando de campesinos y marginados, de aquellos con quienes entabló cálidos lazos de amistad y de sus familias. Y de quienes recibieron de sus manos el perdón que da paz a la conciencia y aliento liberador para la lucha cotidiana, guardarán como inolvidable el consuelo, la claridad y el cariño del pastor, centinela fiel del evangelio.
Horacio Hernández Anguita
Fundación Roberto Hernández Cornejo