Temprano, recibí un whatsapp de mi primo Hugo Baesler, compartiendo la anécdota del momento en que él conoció a Maradona, en Cuba.
Me hizo reflexionar sobre la vieja discusión, que siempre ha cruzado el mundo, si Pelé o el Diego es el mejor jugador de futbol de todos los tiempos.
Ambos tenían las capacidades y el mérito de serlo (manejo de balón, velocidad, inteligencia, otros), aunque el Pelusa tenía algo extra: “Garra”, que producía una simbiosis entre su cuerpo y el balón, como extensión misma del propio jugador, que adquiría una personalidad que, no obstante su pequeño porte, crecía de tal manera, que se elevaba sobre todos los demás jugadores, sobre el estadio y sobre el mundo, en una sinergia sin igual.
Viendo jugar a los dos, Pelé y el Diego, me percaté de la particularidad del Pelusa: podía mantener el balón en el aire, con pies, hombros, cabeza, espalda, ininterrumpidamente y sin límites de tiempo, rompiendo la Ley de Gravedad.
Hoy, después de su lamentable muerte, el pueblo argentino, su pueblo, le atribuye el carácter de leyenda. Vale hacer la distinción que el término, permite que sea usado en distintos contextos, dado que a menudo se emplea para referirse a alguien que ha obtenido victorias o incluso, alguien que se convierte en un referente importante, pues sus hazañas son dignas de reconocer y admirar, de ahí que se formen expresiones como: “Se ha convertido en una leyenda”, haciendo alusión a su éxito.
Como no ser leyenda, si el Diego con su presencia sobre el césped incitaba a todo argentino a vivir esa enorme pasión futbolística en cada jugada y representaba la máxima expresión de triunfo de un pelusa salido de una Villa.
Se entiende aún más esta elección de su pueblo, en una nación que los textos de las canciones de las marchas y demostraciones políticas son con melodías que las diferentes barras de los equipos del fútbol argentino cantan en los estadios. Así, además, el Diego estaba dentro y fuera de los estadios en toda Argentina.
Cuando se habla y caracteriza al Diego en el plano humano, social, una gran mayoría, por no decir todos, lo cataloga de “controversial”, por sus cambiantes opiniones, pero nadie puso en discusión su autenticidad, pues era totalmente genuino.
Más allá de sus palabras, reconozco y celebro en él que nunca escondió su extracción de clase, todo lo contrario, siempre la asumió y reivindicó, mostrándose orgulloso de haber nacido y crecido en un lugar de la gran ciudad bonaerense, que determinó su condición social. En una entrevista en TV, respondió a la pregunta de cómo era vivir en una Villa, con una genialidad: “Yo vivía en un barrio privado. Privado de agua, de luz, de alcantarillado, privado de todo”
En ese contexto bien se puede decir, que el Pelusa, con sus contactos internacionales en el ámbito de sus relaciones, siempre demostró ser expresión de una visión de mundo y universo de izquierda. Al inicio de este artículo hago mención de la anécdota de mi primo, que se encontró con el Diego precisamente en Cuba, en momentos que era huésped de Fidel en ese país.
¿Cuál es el legado que deja el Diego?
El Pelusa fue símbolo de consecuencia, nunca abandonó sus ideas de igualdad y justicia, algo que los militantes de los distintos y diversos partidos –renegados de la sociedad y ciudadanía-, en nuestro país, desconocen.
Bien sabía el Diego que mientras más cerca de la utopía estaba, más genuino era.