Se supone que el Presidente de Estados Unido -como aprendimos brutalmente gracias al estilo de Donald Trump- tiene como misión velar por el bienestar de sus compatriotas, defender el prestigio de su país en el mundo y ser un paladín de la democracia.
Según la Constitución, el Jefe de Estado tiene es responsable de la “fiel ejecución” de la ley federal, es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, está autorizado para nombrar funcionarios ejecutivos y judiciales “con el consejo y consentimiento” del Senado, dirige la política exterior, y puede conceder indultos. En total, le corresponde designar a unos cuatro mil funcionarios.
La negativa de Trump de reconocer el triunfo de Biden, aunque no infringe ninguna disposición legal, ha roto una civilizada tradición. Pero, sobre todo, le permite seguir gobernando como si recién hubiera llegado a la Casa Blanca. Una profesora de la Escuela de Leyes de la U de Georgetown recordó, según Time, que legalmente “Trump retiene los poderes presidenciales hasta el mediodía del 20 de enero de 2021”. Esto significa, conforme a Brad Parscale, exadministrador de campaña de Trump, que puede “hacer literalmente todo lo que quiera”, ya que “millones de personas lo aman”.
Esta postura refleja algo innegable: aunque perdió la elección, Trump recibió 70 millones de votos. Es un hecho que tiene consecuencias: una encuesta realizada entre sus admiradores mostró que el 86 por ciento cree que Biden “no fue el legítimo vencedor”, Otro sondeo efectuado por “Politics and Modern Consult” indicó que el porcentaje de republicanos que piensan que la elección no fue “libre y justa”, se duplicó hasta llegar a un 70 por ciento.
Trump, en lugar de facilitar la transición, sigue actuando sin contemplaciones. Según varios medios norteamericanos, el jefe de personal de la Casa Blanca amenazó con despedir a cualquier miembro del staff que sea sorprendido buscando un nuevo trabajo. Trump siente que es el momento de ajustar cuentas: primero expulsó al secretario de Defensa Mark Esper, luego a altos funcionarios de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear, la Comisión Federal Reguladora de Energía y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.
Se ha mencionado los posibles despidos del director del FBI, Chris Wray, y de la directora de la CIA, Gina Haspel. La razzia no ha terminado. Es probable que Trump se deshaga de científicos prominentes como el Dr. Anthony Fauci y la Dra. Deborah Birx. No puede olvidar que sus evaluaciones sobre el tratamiento de la pandemia lo dejaron muy mal ante la opinión pública.
A las 13:30 horas. del 7 de noviembre (hora chilena), la mayoría de los medios de comunicación, desde Associated Press hasta la conservadora Fox News, proclamaron a Joe Biden como el ganador.
Pero, como se sabe, no le han faltaron aliados al porfiado Trump.
Emily Murphy, jefa de la Administración de Servicios Generales, es la suprema burócrata de Washington. Siguiendo sus indicaciones, casi todos los funcionarios republicanos se han negado a reconocer la victoria de Biden. Lo más grave es que se resiste a emitir un documento -la verificación- indispensable para el comienzo oficial de la transición. Ello permitiría la entrega de información de seguridad y fondos de apoyo para Biden y sus asesores.
Pésimo ejemplo para quienes creemos en la democracia.