“La trampa de la democracia”, de José Ignacio Cárdenas es una mirada de la preocupante situación de Chile actual. Tras el estallido social del 18 de octubre 2019 y la rechazada nueva constitución, Chile parece presa de un inmovilismo…
“Escribo estas primeras líneas desde la derrota, a dos meses del plebiscito del 4 de septiembre de 2022 que truncó, por el momento, lo que para muchos era el comienzo de la construcción de un país con nuevas reglas de convivencia, y que seguía rigurosamente las instrucciones del juego de la democracia”, precisa el abogado José Ignacio Cárdenas en La Trampa de la democracia (Ediciones & Publicaciones Zuramérica, 2022) y lo repite durante la conversación con www.elmauleinforma.cl
José Ignacio. ¿Cómo se ve la situación después del plebiscito del 4 de septiembre?
-Pesimista. Lamentablemente todo ese discurso de quienes optaron por rechazo comprometiendo una nueva constitución está quedando en nada. Resulta un espectáculo lamentable la dilación del Congreso estableciendo límites a la voluntad popular, proponiendo una comisión de expertos con derecho a voto, y ahora, a petición de los Amarillos, pretender que la futura Convención sea elegida por el mismo Congreso, resulta una burla.
Nadie se acuerda que en el plebiscito de entrada la convención íntegramente elegida por la ciudadanía fue la que ganó por amplia mayoría. Da la sensación de que la clase política más conservadora y parte de la centroizquierda le tienen miedo a la votación popular, lo que resulta un total contrasentido tratándose de partidos políticos. Si le tienen miedo al escrutinio, mejor que se dediquen a otra cosa.
El problema de seguir extendiendo este proceso apostando a que toda la discusión constitucional se enfríe, conlleva el riesgo evidente de suscitar reacciones en el país que no queremos volver a ver.
Se esperaba mucho de la convención constituyente, pero el texto elaborado fue rechazado. ¿Qué lo explica?
-Las razones son muy variadas y es parte de lo que explico en mi libro “La Trampa de la democracia”, sin embargo, más allá de las diferencias que podamos tener del texto propuesto, o de las estridencias dentro de la Convención, de las campañas del miedo promovidas desde el inicio por el rechazo, y del exceso de confianza o embriaguez que generó la alta votación del plebiscito de entrada, hay un fenómeno muy preocupante que quedó al descubierto en el plebiscito de salida pero que venía desde antes: el apolítico o antipolítico.
Hubo mucha gente que votó rechazo no por el texto ni la convención, sino en contra de la política y los políticos. Una constitución es por esencia un texto político y para quienes no creen en la política como vía de solución social, e incluso la repudian, rechazar la constitución propuesta como cualquier futuro texto que se les proponga es un acto esperable que puede repetirse, y es por lejos lo más delicado para nuestra democracia.
El mismo “partido de la gente” es una mala demostración de ello y actualmente es el partido con más militantes en Chile, a pesar de que se plantean como un partido sin declaración de principios. La misma votación obtenida por Parisi en la última elección presidencial fue otra muestra preocupante tratándose de una persona perseguida por la justicia y que ni siquiera pisó Chile. Se trata de populismo, que es como un monstruo de mil cabezas imposible de abordar, y si logra encausarse en la representación de una persona, tal riesgo es aún mayor porque descansará en su arbitraria discrecionalidad, lo que abre la puerta a una dictadura.
Usted no quiere catalogar lo sucedido como un fracaso. ¿Es acaso un paso previo, necesario, incluso indispensable, para seguir avanzando en la construcción de la Constitución que nuestro país requiere?
-Totalmente. Estamos acostumbrados en Chile a que los vencedores “trapean” a los vencidos, tirando al tacho de la basura todo lo realizado. Políticamente no haber obtenido un resultado favorable se podría catalogar de un fracaso, sin embargo, sociológicamente es distinto. Lo ocurrido dentro de la convención, incluso con los calificativos de odio que algunos convencionales catalogaban a sus pares, fue un fenómeno sociológico muy interesante, algo así como una suerte de desahogo social y político de un sector de chilenos y chilenas que al fin encontraron un espacio institucional que Chile les negó durante años.
Esto lo trato en detalle en mi libro y efectivamente lo considero, con todas sus desprolijidades, como un paso previo, una suerte de catarsis social indispensable para abordar, ojalá esta vez con éxito, una nueva futura discusión constitucional que lamentablemente ahora se ve algo lejana y muy incierta.
Una nueva constitución, ¿es una tarea indispensable en el Chile de hoy?
-Completamente, no solo porque la constitución actual está completamente muerta e invalidada por casi toda la ciudadanía, salvo los nostálgicos pinochetistas encarnados principalmente en el Partido Republicano, sino porque más allá de su visión privatista de la sociedad con un Estado casi ausente, su texto obedece a una época de Chile y el mundo que quedó atrás.
Las dinámicas actuales exigen miradas diversas, más integradoras tanto en lo valórico como en lo social y político. La importancia del medio ambiente para la humanidad tiene un peso totalmente distinto, al punto que nuestra subsistencia depende de las decisiones que hoy tomemos. El concepto amplio de familia y los derechos de igualdad femenina son materias ya asentadas que la actual constitución jamás imaginó. Ni hablar el reconocimiento indígena cuya discusión hemos postergado por siglos y que aún nuestros libros de historia escolar siguen omitiendo al punto de catalogar como un hecho histórico positivo la mal llamada “pacificación de la Araucanía”.
Y, por último, la incidencia social que hemos visto con la proliferación de la tecnología y redes sociales exigen una participación ciudadana mucho más directa ya sea en el voto o en propuestas legales.
¿Cree que es una aspiración compartida por la mayoría de los chilenos?
-Sin duda, y algo de esto vimos en la última encuesta de Estudio Ipsos-Espacio Público publicada ahora en noviembre donde arroja que el 74% de la población cree que Chile necesita una Nueva Constitución. Si bien la ciudadanía creo que está cansada de un proceso tan largo, aún confían que este momento histórico se cierre favorablemente.
Por eso lo lamentable del espectáculo de nuestro Congreso, ya que parte de sus parlamentarios no han comprendido este sentido de urgencia o lo que es peor, juegan al cansancio de la población que quiere cerrar con un buen final lo que tantos y tantas reclamaron a lo largo del país.
Todas las inequidades, injusticias e invisibilidad que dieron origen al estallido, aún siguen latentes y si no hacemos un esfuerzo por reorientar el país hacia uno más solidario e inclusivo, solo estaremos alimentando una olla de presión que tarde o temprano volverá a explotar.
¿Qué ha hecho tan difícil encontrar el mecanismo que permita escribir una nueva constitución?
-La desconfianza y la incomprensión de una parte de nuestros parlamentarios acerca de que son representantes de la voluntad popular y como tal no puedan actuar con prescindencia de sus mandantes, el pueblo de Chile. No hay encuesta de opinión que no consagre la desconfianza absoluta de la ciudadanía hacia sus políticos, pero lo que resulta insólito es que ahora sean los políticos quienes tampoco confían en la ciudadanía… ¡el mundo al revés!
¿Por qué opción, proceso constituyente, se inclinaría usted?
– No puede ser otra que una convención cien por ciento elegida por la ciudadanía. Cualquier otra opción será un permanente motivo de impugnación democrática. A esta altura ya casi ni siquiera me cuestiono la cantidad de miembros con tal que sean todos electos. Esto no obsta que puedan existir asesores expertos que colaboren con una futura convención, pero tales asesores no pueden tener derecho a voto, salvo que hayan sido elegidos en elección popular.
Debemos sortear esta vaya constitucional pero bien, no puede ser un amarre político como lastimosamente se está viendo desde el Congreso. Se dijo tantas veces en la campaña previa al plebiscito de salida que algo así podría ocurrir si es que ganaba el rechazo, y ahora lo estamos viendo. Ojalá me equivoque, pero la esperanza va hacia abajo.
LA TRAMPA DE LA DEMOCRACIA
José Ignacio Cárdenas Gebauer (Santiago, 1971) es abogado formado en la Universidad de Chile. Apasionado por la contingencia socio – política desde su más temprana juventud, siempre desde el lado ciudadano, hoy, impulsado por los acontecimientos derivados de los movimientos que se iniciaron el 18 de octubre de 2019, no ha podido mantenerse indiferente ante el clamor social y el poder instantáneo de multitudes, motores de una lucha evocadora de genuinos sentimientos de justicia distributiva.
Espera que su libro pueda ser un aporte para la necesaria discusión social del Chile del futuro. Entre sus libros destacamos El jaguar ahogándose en el oasis (Ediciones & Publicaciones Zuramérica, 2020).
Jose Ignacio, menciona que es necesario “una suerte de catarsis social”. ¿Qué significado tendría?
-Me refiero a lo sucedido dentro de la convención. La dictadura con sus atrocidades a los derechos humanos desarticuló a buena parte de la izquierda de este país, cuya justicia jamás llegó y si lo hizo en algunos pocos casos, fue demasiado tardía. Más allá de los pensamientos políticos de cada cual, lo planteado es un hecho para un país que históricamente se ha dividido en tres tercios.
Sumo a lo anterior los abusos económicos de quienes han estado en una posición dominante en Chile. Agrego los escándalos de las platas políticas que también se ocultaron soterradamente mediante “acuerdos” secretos que los dejaron indemnes.
Todo esto va mellando el sentir ciudadano que ve con estupor como un asesino fue senador vitalicio robando además platas de todos los chilenos y sin estar un solo día en la cárcel; o como parte de un grupo selecto de empresarios se hacen ricos a costa del no pago de impuestos; o como un grupo de políticos elude la justicia y siguen usufructuando de cargos públicos.
Esto explotó dentro de la convención, resultando una suerte de catarsis social de quienes fueron y fuimos testigos silenciosos de tantas tropelías.
¿Por qué considera que “una causa esencial por la que nuestra democracia ha flaqueado ha sido la eliminación del voto obligatorio”?
-Porque es imposible conducir un país conociendo solo la voluntad de menos de la mitad de su población, que son quienes concurren a sufragar con voto voluntario. Cualquier democracia que se aprecie de tal se construye a partir del voto.
Históricamente muchos dieron su vida solo porque se les respetara su derecho a votar. Ni hablar de la larga lucha de las mujeres para que se le reconociera su derecho a sufragio. El voto no es solo un derecho individual, sino también colectivo para quienes creemos en la democracia, lo que se traduce en el derecho que tenemos todos por conocer la opinión y voluntad del resto, para así, conociendo el real sentir mayoritario, construir país y tomar decisiones plasmadas en políticas públicas.
Qué más quisiera uno que la gente concurriera voluntariamente a votar bajo la comprensión absoluta de la incidencia del voto para sus vidas, pero esto se hace difícil sin educación cívica ni haciéndole fácil el sufragio a la gente, no quedando más alternativa que obligar el voto para así proteger la democracia.
¿Cuál es la trampa de la democracia?
-La trampa es haber creído que solo cumpliendo todas las reglas institucionales creadas a partir de la democracia nos conduciría automáticamente a un resultado favorable. Nos embriagamos de exitismo, sin comprender que la democracia no son solo reglas ni momentos estáticos, sino dinamismo en permanente evolución que exige hacer política en contacto ciudadano.
Las altas votaciones del plebiscito de entrada y elección de constituyentes, sumado a los acotados plazos de la convención que los privó de la comunicación con la gente, hizo creer que era una carrera ganada, lo que fue parte del error que terminó en el rechazo. Pero como las lecciones no se aprenden, los victoriosos del 4 de septiembre están cometiendo el mismo error, lo que solo acrecentará la actual desconfianza política.
Después del estallido social y de la dolorosa experiencia del covid 19. ¿Chile siendo una olla a presión?
-Sin duda, por el momento más silenciosa, quienes ven las mismas o peores precariedades de antes, pero que, si no se abordan, tarde o temprano volverá a explotar.
No hay que olvidar que quienes más han bregado por cambios han sido nuestra propia juventud que incansablemente vienen movilizándose desde la revolución de los pingüinos del año 2006. Presumo que mientras no sea posible constatar cambios reales, la juventud seguirá protestando porque los mueve un sueño de dignidad y equidad que por su justeza seguirá motivando los ideales de nuevos jóvenes que se seguirán sumando.
¿Qué es vital para hacer cambios radicales?
-Que nuestra clase política, especialmente la más conservadora y generacionalmente aferrada aún a un Chile que era alabado internacionalmente, comprenda y logre desapegarse de esa imagen.
Incluso en cifras, en los años 90 Chile creció a un promedio del 6 o 7% y nos quedamos con ese recuerdo permanente, pero los años siguientes y hasta la actualidad no se ha superado el 2%. Es decir, hace muchos años que tenemos una economía estancada, pero fue tal el “boom” de esos años en comparación a los anteriores, que las generaciones de ese entonces aún se apegan a ese éxito sin comprender que las nuevas generaciones no tienen tal parámetro de comparación.
¿Comparte que Chile ya no soporta los efectos colaterales del desarrollo?
-Chile ya no soporta más inequidad, no soporta constatar que el desarrollo económico que en años anteriores tanto se hablaba no ha llegado ni a la esquina de su casa. No soporta no contar con dineros para pagar una buena educación a sus hijos, porque la pública fue olvidada por el Estado; no soporta que sus parientes se mueran de tanto esperar una operación que nunca llegó en los hospitales públicos…
En fin, hay mucho que nuestros compatriotas ya no soportan de un Estado ausente que ni siquiera es capaz de protegerlos de la delincuencia. Es esta visión de sociedad, fomentada desde la constitución actual, la que ya no se soporta más. Se requiere más Estado, pero no uno omnipresente, sino que asuma el liderazgo necesario para entregar a su gente un mínimo de dignidad.
¿Qué ayudaría a lograrlo?
-Ayudaría una genuina capacidad de diálogo de nuestra clase política, sumado a una real separación del dinero para influir en política. Es muy difícil construir discurso y elevar la buena discusión, cuando por ejemplo las AFP nos bombardean con propaganda en todos los medios de comunicación acerca de las bondades de las cuentas de capitalización individual y lo virtuoso de su negocio. Este ejemplo lo podemos repetir en muchas otras decisiones influenciadas por un aparataje mediático construido a partir del poder económico que solo busca infundir temor para inhibir cualquier cambio.
Es fundamental separar el dinero de la política sin dobleces, menos cuando ese poder económico está construido a partir del dinero de todos los chilenos y chilenas que indirectamente, mediante nuestras cotizaciones previsionales, aportamos al mercado de capitales permitiendo a partir de nuestras propias inversiones un crecimiento indiscriminado a un grupo reducido de grandes empresas, sin que podamos tener injerencia política alguna en las decisiones o influencias de tales compañías y que bien sabemos han favorecido por años a los sectores más conservadores del país.
En medio de tantas turbulencias, ¿cómo será el presente inmediato?
-Lo veo difícil en lo económico ante una crisis internacional tan fuerte. Aunque nos creamos jaguares y oasis lo cierto es que, si China o Estados Unidos estornudan, a nosotros nos da catarro. Nuestra economía sigue siendo muy dependiente de estas y otras potencias. Y en lo político, como dije anteriormente, tengo algo de desesperanza mientras avanza la discusión en el Congreso.
Para ser honesto, cuando terminé de escribir “La Trampa de la Democracia” hace unas semanas atrás, estaba algo más esperanzado de lo que estoy ahora cuando escucho y leo a los mismos políticos que rechazaban prometiendo una nueva constitución quienes ahora nos intentan convencer de que lo mejor es una redacción por quienes ellos designen.
Si bien la carta magna actual es una “Constitución muerta caminando”, tengo temor que la que la reemplace, si es que esto se logra, sea solo un cambio más cosmetológico que real, lo que ahonda mi pesar acerca de la oportunidad perdida.
Mario Rodríguez Órdenes