Un rápido avance está teniendo el proyecto de ley de 40 horas en el Congreso, actualmente en segundo trámite constitucional, haciendo parecer inminente que se convertirá en ley durante este Gobierno.
Sus detractores han centrado sus críticas en un argumento sumamente real y válido, que es la baja productividad de los trabajadores chilenos, pues si miramos los indicadores de la OCDE, Chile ocupa el lugar 36 de 39 en esta materia, solo por encima de Costa Rica, México y Sudáfrica.
Sin embargo, también somos el sexto país con más horas de trabajo anual de sus trabajadores, superando las 1.900 por año, cuando el promedio de quienes integran la OCDE es de 1.600 horas anuales.
Entonces, si es tan evidente el problema, ¿para qué seguir insistiendo con lo que claramente no funciona?
Avanzar en las 40 horas debe ser visto como un desafío para mejorar nuestra productividad, dejando atrás los paradigmas y convirtiéndolo en un buen incentivo para los trabajadores, donde habrá más espacio para la vida familiar y social, a cambio de un mayor esfuerzo por cumplir con las mismas tareas laborales en menos horas de trabajo.
En esto último, la desconfianza no ayuda. La prueba de que es posible, es que hoy 184 empresas e instituciones, de todos los rubros y tamaños, se han acogido voluntariamente al sistema, porque seguramente algún beneficio les trae.
Nuestra casa de estudios es la primera universidad en hacerlo, y estamos convencidos de que nos ayudará a continuar mejorando la eficiencia de nuestros procesos –que es uno de nuestros principales ejes de trabajo desde que nos constituimos–, así como tendrá un positivo impacto en el clima laboral.
Rafael Rosell Aiquel
Rector Universidad del Alba