Hace un par de semanas una de mis hijas viajó al sur para trabajar en la bonita labor benéfica que hace “Un Techo para Chile”. Su grupo tenía la tarea de construir un par de medias aguas de seis metros por tres para dos familias. Todo avanzaba bien hasta que ocurrió un pequeño percance donde 3 jóvenes que estaban trabajando en la instalación del techo de una de estas pequeñas casas cayeron debido a que una de las vigas de madera que lo sostenía cedió ante el exceso de peso.
Si bien el susto inicial fue fuerte, tal percance no tuvo más consecuencias físicas que varios moretones. Sin embargo, para nadie de quienes estaban en ese momento dejó indiferente la reacción de la madre y beneficiaria de tal mediagua en construcción, quien al ver a los jóvenes quejándose de dolor, se acercó corriendo a pedir disculpas, sí, léalo bien, a pedir disculpas porque “era su culpa” que estos muchachos estuvieran ayudándola … ¡terrible!
El trasfondo de esto es obvio. La culpa, si es que podemos llamarla así, no es de ella sino de la sociedad en su conjunto, que, a través de un Estado ausente, no fue capaz de proporcionarle la mínima dignidad que cualquier persona añora: una casa donde vivir con sus pequeños hijos.
Pero el problema es mayor si nos detenemos un segundo a pensar porqué esta señora sintió culpa, y la respuesta es fácil deducirla a partir del tipo de sociedad que hemos construido, una que las personas valen no por lo que son sino por lo que tienen o logran adquirir. La misma razón por lo que muchos otorgan una desmesurada importancia a la propiedad, ya que solo tal derecho asegura reconocimiento frente a los pares.
Es la supremacía del individualismo sobre lo colectivo con un Estado subsidiario que deja hacer sin asumir responsabilidades cumpliendo con el mínimo mandato que le encomienda la constitución vigente: la protección de la autonomía privada por sobre la estatal, dejando la labor del Estado solo para aquellas actividades que los privados no deseen o no puedan en lo material desarrollar. Nos hemos convencido de que la solución a nuestras penurias solo se superaría con el trabajo diario e individual dentro de las reglas del mercado, es decir, solo si usted genera más ingreso y tiene poder de compra puede seguir optando a las bondades del modelo económico de país construido por la actual constitución. Por el contrario, cualquiera sea el esfuerzo que puso, si usted no genera ingresos, la culpa es suya, la misma que siente esta señora que quedó atrás en esta desenfrenada competencia de lo privado por sobre lo público.
De ahí a afirmar que los derechos sociales deben condicionarse a la capacidad de generar ingresos, hay un solo paso. Prueba de ello son los recurrentes dichos de campaña electoral con aseveraciones tales como que estos derechos son letra muerta porque no se ha hecho un cálculo económico de su costo. Es decir, la misma tecnocracia que tanto escuchamos los años previos al estallido social donde los sueños de país estaban siempre supeditados a una tabla de “Excel”. Los números y el crecimiento económico sin duda son necesarios, pero no para conculcar las esperanzas de país, sino para construir gradual y progresivamente, sin irresponsabilidades, el país que queremos.
Es esto último lo que no logran comprender políticos como René Cortázar o el mismo Ignacio Walker y tantos otros quienes siguen apegados a su calculadora para condicionar los anhelos de la población. ¡No más! Lo primero es pactar la meta social, esto es, hacia dónde queremos trazar el rumbo, y después trabajar como país la forma responsable de alcanzarla. La gente comprende y entiende que los derechos sociales que se proponen no son inmediatos, algunos de ellos demorarán años, pero Chile necesita depositar su confianza en un Estado social que comprenda y asuma su liderazgo para lograr tal propósito.
No importa cuánto nos demoremos si comenzamos a caminar con sentido de urgencia social, una en que la sociedad representada en el Estado asuma como propia la culpa de quienes como esta señora cargan la pesada mochila del olvido y la indiferencia.
José Ignacio Cárdenas Gebauer
Abogado autor del libro “El Jaguar Ahogándose en el Oasis”
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