Desde 1949 Taiwán es una incómoda espina clavada en la República Popular China. Ahora puede estar incomodando al mundo entero.
La guerra civil contra el régimen de Chiang Kai-shek, terminó con la proclamación del gobierno comunista en Beijing (Pekín). Fue la victoria de una persistente lucha liderada por Mao Tsé-tung (Mao Zedong, en pinyin) desde fines de los años 20 contra el gobierno nacionalista de Chiang. En esos años hubo varios hitos, los principales de los cuales fueron la Larga Marcha y la ocupación japonesa, que forzó a ambos bandos a una tregua ante el enemigo común.
La huida de Chiang a Taiwán, donde estableció su gobierno con la aspiración de recuperar el control perdido, se convirtió en un amargo nudo de fricción entre Taipéi y Beijing. La visita, por menos de 24 horas, de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, fue el incidente más grave de todos. En el mundo entero se percibieron sus ecos bélicos.
Es el reflejo de un profundo cambio en el escenario. Con Mao a China le costó desarrollarse. Sus éxitos y fracasos (incluyendo la Revolución Cultural) la fueron debilitando económicamente. El imperativo deseo de reincorporar a Taiwán a “una sola China”, fue quedando solo en palabras. Pero, tras la decisión de Nixon de iniciar una nueva política diplomática y el cambio de modelo económico, se convirtió en la segunda mayor economía del mundo. “Cuando China despierte”, se dice que dijo Napoleón alguna vez, “el mundo va a temblar”. El hombre fuerte, el actual presidente Xi Jing-pin, ha hecho posible que su país se haya consolidado como potencia mundial después del derrumbe de la Unión Soviética. Muchos, si no tiemblan están por lo menos preocupados.
China, que a mediados del siglo XX compartía con la Unión Soviética los principios marxistas, se olvidó de la teoría, se distanció del Kremlin y aunque tiene ahora buenas relaciones con la Rusia de Putin, ha desarrollado una política exterior propia, siendo siempre una dictadura de partido único. Hoy, según The National Geographic, el país tiene uno de los más altos índices de crecimiento del mundo, con un promedio de cerca del 10 por ciento desde finales de los años setenta. Su población es de 1.400 millones, lo que no tiene comparación con los 23 millones que viven en Taiwán.
El régimen chino logró que la mayoría de los países del mundo aceptaran su tesis de “una sola China”, desde que Estados Unidos aflojó la mano. El resultado es una curiosa mezcla de alta diplomacia e intereses económicos: nuestro país tiene un embajador (vacante en la actualidad) en Beijing y una Oficina Representativa y Cultural en Taipéi. En Santiago hay un embajador de China, Niu Qingbao, y Silvia Yu Chi Liu, desde 2020 se desempeña como Directora General de la Oficina Económica y Cultural de Taipéi.
Taiwán importa cobre, celulosa, fruta, harina de pescado y productos del mar, y exporta a Chile televisores, partes y accesorios de automóviles, computadores, tornillos, aparatos de telefonía y herramientas.
No es una gran dimensión, pero ha funcionado. No es lo que pueden decir en Estados Unidos donde ni siquiera está claro si el Presidente Biden apoyó o no el viaje de Pelosi. En apariencia trató de frenarlo, pero pudo ser una movida estratégica en el tablero de ajedrez del orbe.
Napoleón podría estar pensando que tuvo razón.
Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo