“Trabaja tranquilo, opta por nuestro servicio after school. Nosotros lo cuidamos por ti”, se leía en un aviso de un reconocido jardín de la comuna de Providencia que ofrecía cuidar fuera de horario escolar a los niños de aquellos padres que, por trabajo o problemas logísticos, no podían hacerlo. Un tipo de asistencia al que muchos tendrán que recurrir, producto del adelantamiento de vacaciones de invierno, informado hace un par de semanas por las autoridades gubernamentales.
Gran polémica desató el anuncio del adelantamiento del receso invernal por parte de los ministerios de Salud y Educación. Pero, más que la modificación del calendario, el problema se ha acrecentado debido a la seguidilla de contradicciones y aclaraciones que -con el pasar de los días y semanas- han confundido a las comunidades educativas que todavía se preguntan si son o no vacaciones.
Tal ha sido el revuelo, que incluso el presidente de la república tuvo que referirse al tema indicando que “inmediatamente exigimos que acá hubiese una mejor coordinación, ya que el anuncio no se hacía cargo de la problemática de los cuidados”.
Pero más allá de todas las correcciones por parte de las autoridades, o de la semántica (semana extra de vacaciones o semana de receso escolar), o si los establecimientos debían permanecer abiertos, o si se ofrecería alimentación convencional, lo verdaderamente preocupante es la incómoda posición a la que queda expuesta la escuela frente a la opinión pública, debido a estos lamentables errores comunicacionales.
¿Por qué se preguntará usted?
Básicamente, porque el rol de las instituciones educativas se piensa según la contingencia, a través de cuestionamientos e imágenes caricaturizadas, que poco contribuyen a definir el sentido de la escuela en la sociedad actual. Esto es muy similar al ninguneo sufrido durante los peores días de confinamiento donde algunos sectores catalogaron de flojos a los profesores. “Solo trabajan una hora al día”, ¿se acuerda? Como si hacer clases y acompañar socioemocionalmente a los estudiantes de manera remota, fuese algo sencillo y que no requería preparación ni profesionalismo.
Los colegios no son guarderías. Pero cuando se dispone de ellos como tal, exigiendo la apertura sin fines pedagógicos claros, no solo se tensiona la relación familia-escuela, sino que se distorsiona el horizonte de expectativas que a través de los años se ha ido forjando, alejándose del sentido más profundo de la escuela: educar. Es decir, nada más alejado que la simple retención para que los adultos puedan seguir con sus ocupadas y principales vidas, tal como se ofertaba en el aquel anuncio.
Sabemos que las escuelas ordenan el sistema social, pero cuando se transita sin mayor cuestionamiento al “dejar a los niños ahí, porque los adultos debemos ir a trabajar” (y ojo que en esos adultos no están incluidos los profesores, pero bueno eso da para otra columna) se hace necesario reflexionar sobre este fenómeno y, de manera urgente, sincerar el sentido más profundo de la escuela.
Roberto Bravo
Director de Líderes Escolares