Nuestra actual constitución consagra que “El Estado de Chile es unitario”. Posiblemente esta idea tenía un fuerte sentido y lógica en los primeros años tras la independencia, donde lo que se pretendía era crear un país único sin el riesgo que ciertas zonas o territorios quisieran una vida independiente o dependiente de otros países vecinos.
Sin embargo, hoy tal carácter unitario no representa la real diversidad que tenemos como país. De partida, Chile es el único país de Latinoamérica con pueblos originarios en cuya Constitución no tienen un reconocimiento expreso, ni siquiera una mención de éstos.
Tampoco basta un simple reconocimiento carente de contenido, es necesario asumir y respetar que en nuestro territorio coexisten distintas culturas, que tienen un idioma común a cada uno, distinto al español o castellano, una historia propia, un origen, una mitología, es decir, son un pueblo distinto, pero no antagónico. Y desde esta enriquecedora perspectiva cultural podemos confluir, con respeto y reconocimiento mutuo, a una idea de país que dé espacio a esa integración a partir de la futura Carta Magna.
Las legislaciones internacionales han demostrado que existen buenas y constructivas maneras de repensar la forma de relacionarnos en la diversidad. De allí nacen nociones como el multiculturalismo o la plurinacionalidad.
Lo cierto es que ambos términos se vinculan y complementan, no se contraponen. Mientras la plurinacionalidad reconoce y describe la realidad del país en la cual distintas naciones se relacionan en un plano de igualdad sin la supremacía de unas por sobre otras, la interculturalidad apunta al conocimiento y la valoración de los pueblos en la sociedad chilena y la instauración de políticas de diálogo no represivas.
Ello requiere de una educación cívica y pública permanente que conduzca a conocer los pueblos, saber sus lenguas, historias y filosofías, identificar sus contribuciones al país. La condición intercultural del Estado dará sentido común y colectivo a la plurinacionalidad, permitiendo las identidades diversas y la valoración de las raíces del país.
Una nación la podemos definir como un conjunto de personas de un mismo origen étnico que comparten vínculos históricos, culturales, religiosos, etc., que tienen conciencia de pertenecer a una misma comunidad, y generalmente hablan el mismo idioma y comparten un territorio. Pretender desconocer que un indígena en Chile tiene vínculos que incluso son anteriores a la creación de nuestro Chile, es seguir imponiendo a la fuerza nuestra cultura criolla, cuando lo lógico es abrir los caminos a la integración para que todos nos sintamos genuinamente chilenos.
Ser diversos y no iguales en un sentido cultural, no es la imposición de unos por sobre otros, como lastimosamente ha ocurrido en Chile desde la mal llamada “Pacificación de la Araucanía”, debemos aceptar la enriquecedora diversidad para así construir una unidad de pertenencia. Que estos pueblos hayan existido antes de la creación del Estado de Chile, no significa en modo alguno que tengan más derechos, pero sí que tienen una cultura y cosmovisión distinta que debemos respetar y valorar como parte de Chile … esto se traduce en reconocerlos como nación, que fue por lo demás como Chile los trataba hasta antes de la “Pacificación de la Araucanía”.
Lo anterior fortalece la identidad del Estado chileno, no lo debilita como algunos lo han intentado hacer creer. La “plurinacional” es el reconocimiento de una “nación dentro de un Estado”, no de un “Estado dentro de otro Estado”.
Es una pena que una discusión tan necesaria y postergada por años, se haya traducido a la imposición del miedo de quienes están por el rechazo, manteniendo la misma falsa lógica del unitarismo, lo que no hace más que perseverar la implantación forzada de lo que mal entendemos nacionalidad para dejar “bajo la alfombra” la rica diversidad de nuestros orígenes como país. Lamentablemente, para algunos, el reconocimiento de la diversidad cultural se reduce al consumismo en ferias costumbrista.
A partir de lo que propone la Convención se comienza a pagar una deuda histórica que termina con la desidia de enfrentar el problema más allá de la connotación simplista de la violencia que genera, muy condenable, por cierto. Resulta francamente increíble que haya sido un estallido social con banderas mapuches enarboladas por juventudes no mapuches lo que finalmente lograra abrirnos los ojos para tratar integralmente un problema que nos ha acompañado desde el origen de nuestra independencia.
Sin embargo, para que tal reconocimiento constitucional sea real y efectivo, debe reforzarse con medidas de rango legal tales como la protección del patrimonio cultural indígena y no solo devolución de tierras. Devolver tierras sin darles las herramientas para preservar y desarrollar su cultura, se prestará solamente para generar pobreza. La Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de Pueblos indígenas del año 2007 firmada por 143 estados, por cierto Chile, establece su derecho a la autonomía o al autogobierno en las cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y locales, así como a disponer de los medios necesarios para financiar sus funciones autónomas (Art. 4). Es decir, este reconocimiento incluye la relación con el Estado y el modo de obtener recursos económicos a través de la coparticipación, que no es más que inversión social para un futuro inclusivo y sin violencia.
Tal inversión social es capacitar y dar cabida a la autodeterminación de ciertos entornos como territorios específicos, creación de espacios de representación política propia, preservación de sus costumbres y tradiciones, el derecho de elegir la educación de sus hijos bajo su cultura, la preservación del idioma, eventualmente sus propios Tribunales para ámbitos que son propios de su etnia, y así otras. No significa la fragmentación del territorio nacional, sino la integración plena bajo la responsabilidad de un solo Estado, el chileno.
En fin, fortalecer la unidad nacional en la diversidad cultural nos permitirá aprender a reconocer, respetar y a imaginar este territorio del nuevo Chile de una manera distinta a la que por 200 años nos han enseñado. Ojalá así sea.
José Ignacio Cárdenas Gebauer
Abogado autor del libro “El Jaguar Ahogándose en el Oasis”
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