No deja de sorprender como una y otra vez la derecha política de nuestro país insiste en infundir miedo como estrategia de campaña. No cabe duda de que ese sector o parte de este lo considera una forma legítima de hacer política, sin embargo, lo que desconcierta no es siquiera la certeza de la utilización del miedo, sino la repetición una y otra vez de los mismos argumentos que lo sustentan y que no dieron resultados en campañas pasadas.
Me refiero por ejemplo al manoseado “anticomunismo” y apocalipsis del caos para las opciones de la vereda opuesta al conservadurismo.
Podría hacer un análisis histórico de lo que fueron las campañas políticas en el siglo pasado y sorprendería constatar cómo desde la constitución del año 1925 se repiten los mismos conceptos, sin embargo, basta remontarse a nuestra historia más reciente.
En el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y las primeras elecciones del 14 de diciembre del año siguiente, para el término de la dictadura, la derecha recurrió nuevamente al miedo al sostener como estrategia que, si triunfaba el No, o Patricio Aylwin era electo Presidente de la República, se impondrían el caos social y económico, y la dictadura del comunismo.
“Los marxistas controlan el NO” con una foto de Ricardo Lagos, fue un panfleto que agregaba otra frase que decía “¿Cree Ud. que ésta es buena compañía? ¿Democrática y confiable? Rematando con un “Píenselo y decídase ¡Aún es tiempo!”.
El caos, las colas, los desórdenes, la demagogia, la inflación, el estatismo, las tomas, las intervenciones y el desempleo, fueron los temores que la derecha quiso infundir al NO frente a su alternativa que recreaba una estrella con los colores patrios. Sumado a lo anterior, se pretendió asociar el lema “La alegría ya viene”, cargado de esperanza y positivismo, con violencia y comunismo.
El NO, en cambio, ofreció el arcoiris, y una refrescante y positiva visión de futuro en caso de que la ciudadanía optara por la Concertación, campaña que tuvo un reconocimiento mundial a la manera positiva de hacer política electoral, es decir, sin miedos, solo una positiva y convocante esperanza. Demás está decir quién ganó y que ninguna de las calamidades que la derecha premunía para los gobiernos herederos del NO ocurrió.
Posteriormente, en la campaña de 1989 circulaban panfletos que decían “Aylwin Presidente de todos los Comunistas”; también se alteró el lema de la campaña de Aylwin “Gana la Gente” con la hoz y el martillo del partido comunista; o se repartía panfletos con la caricatura de un caballo de Troya cuya cabeza era la de Aylwin y dentro del cuerpo aparecían militantes comunistas armados.
Afirmar que Aylwin era comunista o controlado por el comunismo sonaba francamente ridículo, pero fue la estrategia de la derecha para despertar el miedo.
Con Ricardo Lagos fue lo mismo y traería consigo los fantasmas de la Unidad Popular y lo que ello representaba para los sectores pinochetistas de nuestro país, quienes no trepidaron en vociferar acerca del “peligro que significaba votar por un socialista y marxista”. En la campaña de Lagos en 1999 vuelven a resonar los mismos ecos, el mismo ansioso mensaje sobre la “ingobernabilidad”. ¿Y qué pasó? La derecha terminó venerando a Ricardo Lagos.
Lamentablemente en materia electoral la derecha chilena no evoluciona, siguen pensando que están en la guerra fría y utilizando la misma estrategia anticomunista que Pinochet hacía mientras asesinaba, torturaba y se robaba el país completo. La historia muestra que el miedo como instrumento de la lucha política chilena se encuentra en lo esencial asociado a la desesperación de la derecha frente a un futuro que no controlan y su incapacidad de adaptarse a cualquier cambio.
En la actual campaña política de Kast nuevamente somos testigos de las mismas frases del miedo, anclados en el pasado y cometiendo los mismos errores electorales que los han hecho tropezar una y otra vez con la misma piedra.
Francamente considero ridícula la campaña anticomunista, ya que fuera del partido, los seguidores de Boric no se consideran comunistas, ellos simplemente quieren una política con nuevos conceptos, ideas y caras renovadas. Lo que hay detrás es una socialdemocracia que incluso cree en el libre mercado, pero tiene la convicción que la simple oferta y demanda no resuelven las injusticias y desigualdades que genera.
Es en estas desigualdades donde el Estado debe tener un rol activo para que el sistema funcione, siendo esta la gran diferencia con la visión conservadora de Kast, quien continúa creyendo en un Estado subsidiario, casi ausente, donde los privados son quienes, a través del mercado, lo resuelvan todo.
No a los miedos, sí a la buena discusión constructiva, y si alguno de mis lectores es de derecha, les puedo asegurar que en Chile hace mucho tiempo que los comunistas dejaron de “comerse las guaguas”.