Ya estamos a menos de tres semanas de las elecciones presidenciales, parlamentarias y de consejeros regionales. Todo apunta a que la madre de las batallas será la presidencial. Como en no pocas oportunidades, se tiende a pensar que estas son las más trascendentales desde el inicio de la transición, en la que se juega el destino de Chile. Se nos asegura que nos jugamos al todo o nada, a la estrategia de nosotros o el caos. Así fue en el plebiscito del 88 cuando los seguidores del innombrable se plantearon en esos términos, o en las primeras elecciones presidenciales de fines del 89 cuando ganó la entonces inédita Concertación liderada por partidos que en el pasado históricamente habían sido rivales deciden encontrarse para emprender un camino común. Así fue también a fines del 99 cuando la presidencia es disputada por Lagos y Lavín.
Hoy las banderas vuelven a agitarse con fuerza, la cordura parece perder terreno, abriendo paso a la politiquería barata, a los populismos de lado a lado que viven momentos de éxtasis, exacerbando sus posiciones. Ahora, con el apoyo de redes sociales que multiplican al por mayor y al unísono, cual bombas de racimo, mensajes cargados de extremismo. De esta forma, se relegan a un modestísimo protagonismo de segundo o tercer plano, la moderación, la racionalidad, el diálogo, la política con mayúscula.
Lo que está ocurriendo en estas últimas semanas es muy probable que prosiga hasta el día de las elecciones, y no solo eso, sino que se prolongue hasta la segunda vuelta. Los ánimos están exaltados, lo que no favorece a nadie, ni a unos ni a otros. La realidad en que se encuentra el país no nos permite dar un salto al vacío, ni quedarnos petrificados bajo una sociedad que está cansada de ser abusada.
En un extremo se tiene a un candidato, José Antonio Kast, que saliendo de las vísceras de la derecha, promete orden y seguridad allí donde el desorden y la inseguridad campean. Casualmente aspira suceder a un gobierno del mismo signo, que ganó las elecciones con las mismas banderas.
Desafortunadamente la realidad actual nos dice que el desorden y la inseguridad de hoy son sustancialmente superiores a las de cuatro años atrás. Lo normal es que cuando a un gobierno le va mal, sea sucedido por una coalición del signo opuesto al vigente. Pero claro, en política lo normal no siempre se da.
En el otro extremo tenemos a un candidato, Eduardo Artés, que pretende emular los tiempos previos de la guerra fría, como si en estos 50 años no hubiese pasado nada. Anclado en una concepción de la sociedad constituida por trabajadores de la primera mitad del siglo pasado, no se percata del torrente de agua que ha pasado bajo el puente. Torrente que se expresa en el paso de una sociedad industrial a una sociedad basada en el conocimiento, esto es, allí donde el trabajo manual ha debido abrir paso al trabajo intelectual.
Entre ellos están los otros candidatos, de los cuales dos, Parisi y MEO, nadie sabe qué pretenden al disparar de chincol a jote aprovechando y medrando del descrédito de la política. El desafío de los restantes candidatos en carrera, Sichel, Provoste y Boric es introducir mesura, realismo, diálogo, vasos comunicantes, paños fríos, viabilidad a concordar cambios destinados a reducir fuertemente los abusos que se observan a diario y que tienen a la población con los pelos de punta. Transformaciones indispensables y concordadas que no introduzcan más inestabilidad de la que ya existe y sobra. Lo que se necesita es más certidumbre, no más incertidumbre. Paz, no más violencia. Mientras no entendamos esto los abusos no terminarán y seguiremos en las tinieblas.