Tanto en el plebiscito constitucional de hace un año atrás como en la elección de los constituyentes de la Convención Constitucional actualmente en marcha, la opción apruebo y los convencionales que representaban tal sentir ganaron en ambos escrutinios casi con un 80%. Adoptada la decisión de la mayoría, ésta debe ser respetada por las minorías ya que se supone que todos aceptaron las reglas al momento de someterse a la voluntad ciudadana. Tal respeto, básico para que las democracias funcionen en el mundo, no puede ser burlado por quienes han perdido infundiendo falsos miedos para obstaculizar lo que la voluntad popular resolvió en las urnas.
Lo anterior si bien no significa, sobre todo en una creación de una Constitución, que la opinión de las minorías no sea tomada en cuenta, pero lo cierto es que los esfuerzos deben estar dados precisamente por entender por qué son minorías y, a partir de tal compresión sociológica y sin necesariamente renunciar a sus principios esenciales, abrir espacios empáticos para lograr acuerdos con la mayoría. La responsabilidad entonces radica en mirar hacia el futuro sin la obstinación de volver a lo que la mayoría dejó atrás.
Perder el pudor para intentar torcer la voluntad mayoritaria, solo evidencia la decadencia de tal pensamiento minoritario y la incapacidad evolutiva para defender sus ideas que indefectiblemente van siendo parte de un pasado.
“Se ha propuesto cambiar la bandera, el himno nacional, el nombre del país …” apareció esta semana en la franja electoral de la UDI, sí, los mismos quienes coincidentemente llamaron a votar rechazo. Más allá del repudio generalizado por lo falso de una afirmación que no se ha propuesto ni menos discutido dentro de la Convención, denota una incapacidad política hacia el debate de ideas.
Ante el rechazo ciudadano de esta mentira, la senadora Ena Von Baer (UDI) replica con una pregunta que demuestra un problema más de fondo: “la pregunta es si la presidenta Loncon y los demás convencionales van a votar en contra si se plantea cambiar el himno, la bandera, y el nombre de la República de Chile”. Lo que deja en evidencia es el intento de perseverar con la condenable costumbre de imponer fácticamente una visión de sociedad apoyada en la seguridad del ya histórico bloqueo constitucional.
La pérdida del tercio con la que esta minoría se beneficiaba de los quórums y candados de la Constitución actual los ha puesto en la encrucijada de optar entre la empatía de los cambios o la obstinación del pasado. Lamentablemente han elegido el camino de la ciega tozudez infundiendo falsos miedos como respuesta desesperada a la imposibilidad de defender con argumentos sus postulados.
En el fondo, la pregunta de la senadora rehúye, como ha sido el histórico actuar de este sector, cualquier debate sobre lo que Chile ha clamado en las calles y en sus votaciones, exhortando al simplismo de decisiones inmediatas, sin discusiones ni menos propuestas, y lo que es peor, creando dudas y divisiones a partir de mentiras con nuestros los emblemas patrios.
Maquiavelo (en El Príncipe) sostenía en política: “Es necesario ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.
Las mentiras, como bien señala esta afirmación, lentamente van horadando la genuina esperanza de una construcción social, infundiendo temores que solo buscan limitar los sueños de tantos y tantas en beneficio de quienes quieren conservar un modelo de sociedad que le era funcional para sus intereses.
Es un deber ciudadano no dejarse engañar por la falta de pudor de una minoría que se resiste a ser parte de esta historia, y es una responsabilidad nacional abrir los espacios de la necesaria discusión con el debate de las ideas sin los miedos de las campañas del pesimismo, dando paso a la dulce y alcanzable ilusión de un Chile mejor.