Durante los primeros tres meses de la convención constitucional hubo varias tentativas de fecha para terminar los reglamentos y dar paso a la discusión de fondo, sin embargo, el destino nos regaló una dulce y bonita coincidencia al hacer concordar el comienzo de las discusiones de nuestra futura constitución con el aniversario de los dos años del despertar de Chile: nuestro estallido social. Permítanme una pequeña licencia en esta columna y extractar algunos párrafos del prólogo de mi libro “El Jaguar Ahogándose en el Oasis” ya que su inspiración nace en este histórico 18 de octubre de 2019.
¿Qué nos mostró el estallido social?
Dejó al desnudo no solo los inmensos padecimientos de la gran mayoría de chilenos, sino también una odiosa y despreciable desigualdad que con sigilo se fue agravando, construyendo un muro infranqueable entre una minoría que goza de todos los beneficios de tal desarrollo frente al resto de chilenos que son víctimas de sueños y anhelos truncos y que, de seguro, nunca se cumplirán dadas las desigualdades y precariedad de sus derechos socio-económicos esenciales.
Sin embargo, la causalidad más notable, si así pudiera ser llamada, es que ese muro silencioso e invisible se construyó dejando una frontera en Plaza Italia, hoy Plaza de la Dignidad, e ignorando una verdad que se caía a pedazos al separar una minoría privilegiada de las mayorías ahogadas. Un muro tan alto, que a muchos no les permitió ver el Chile real, al punto que lentamente nos fuimos convenciendo de que el reflejo del Chile próspero, pujante y cuasi desarrollado era la realidad diaria también desde la Plaza Italia hacia “abajo”.
Hubo una olla a presión, hirviendo, donde las movilizaciones sociales a partir del 18 de octubre clamaron por construir con urgencia una puerta a tal muro para quienes creímos ser parte de un Chile codeado con las naciones desarrolladas. La invitación fue traspasar esa puerta y comenzar a trabajar de verdad en el sueño de un país desarrollado tanto en lo económico como especialmente en lo social, donde todos quepamos, terminando de una vez y para siempre con esa invisibilidad odiosa y justificaciones aún más infames, como la lamentable frase que más de alguna vez escuchamos de parte de unos pocos ciegos militantes de aquella minoría acomodada: “efectos colaterales del desarrollo”.
No, esto no es un efecto colateral cuando se trata de la mayoría de los chilenos, entonces ¿qué pasó que Chile invisibilizó cómo la gran mayoría se quedó atrás en esta carrera ascendente?
Esa introspección nos impone el deber a escuchar, sobre todo a analizar en profundidad, para luego poner manos a la obra y así construir juntos el país que soñamos. Sin temor a lo que esa minoría privilegiada llama el “ánimo refundacional” de quienes al borde del pánico afirman que se pretende borrar lo que bien se ha logrado y entienden como su bienestar económico.
Conversar y soñar juntos no puede y no tiene porqué generar temor, más bien es una oportunidad histórica para, como país, darnos las reglas del juego republicano dentro de una base institucional creada para el efecto y con el respeto democrático a las instituciones de nuestros poderes del Estado. Este regalo se lo debemos al 18 de octubre que posibilitó una participación plasmada mediante el voto de apruebo ganados por amplia mayoría en el plebiscito del 25 de octubre de 2020, dando así pie a una convención constitucional ciudadana sin imposiciones unilaterales de “comités de notables”.
Si fuimos capaces de derrocar con capacidad de diálogo y nada menos que por el voto al mayor régimen dictatorial de la historia de Chile, con mayor razón somos capaces de volver a conversar y construir el país que soñamos sin necesariamente destruir lo que hemos logrado, pero sí revisando y corrigiendo el rumbo. No dudo de nuestras capacidades como sociedad, en donde la moderación, mezclada con la urgencia de la necesidad, el fortalecimiento de lo que se ha hecho bien y cambio de lo errado, nos permitan construir, pero esta vez como país, a partir de una historia diversa, el camino que queremos pisar en nuestras vidas y la de nuestras generaciones venideras.
Lamentablemente, aún hay algunos que no creen en el camino de escuchar y debatir todas las ideas, posiciones y pensamientos … “El desastre que tenemos en la convención constitucional” fue la insólita frase del candidato Sebastián Sichel en el debate organizado esta semana por la Asociación de Radiodifusores de Chile (Archi), y lo peor su explicación justificando tal expresión en la circunstancia que un convencional haya planteado la posibilidad de acortar el próximo período presidencial transicional, además de la declaración inicial sobre los presos de la revuelta, haciendo un reduccionismo mal intencionado de todo lo que se ha discutido en estos ya tres meses. No señor candidato, eso no es un desastre, eso se llama más democracia y participación necesaria para pavimentar acercamientos que posibiliten acuerdos.
La fuerza de esta convención descansa precisamente en la discusión de todos los pensamientos, incluso las de quienes durante años estaban acostumbrados a imponer su posición minoritaria gracias a los amarres constitucionales … esto al fin terminó y a partir del 18 de octubre de 2019 dimos inicio a un fecundo camino que ahora nos posibilita abrir la puerta para dar la bienvenida a la democracia real, la participativa y al constructivo debate de ideas, sí, esta vez todas las ideas, no solo las de aquellos acostumbrados al viejo Chile de las imposiciones de una elite económica y política que felizmente quedará solo en el recuerdo, uno malo por cierto.