Isabel I, conocida como la Reina Virgen, fue el orgullo de los ingleses, el azote de la Armada española y la fundadora de la Iglesia de Inglaterra. Tenía una célebre frase para referirse a la rapidez con la que todo avanza en la vida: “todas mis posesiones por un momento más de tiempo”.
Hoy en las escuelas sucede algo similar. Cada vez que pasamos la semana del 18 de septiembre, la finalización del año escolar pareciera estar a la vuelta de la esquina. Con la llegada de octubre quisiéramos tener mucho más tiempo para poder llegar a hacer todo lo que este último trimestre demanda: cierres de año, salida de Cuartos Medios, ceremonias de finalización, evaluaciones de procesos y, como si esto no fuese suficiente, tener que -paralelamente- planificar en detalle todo para el año 2022.
La pandemia vino a forzar una serie de cambios en los procesos que solíamos llevar a cabo en nuestras escuelas y colegios. Ni hablar de los centros educativos que recién comienzan a retornar presencialmente con un mayor número de alumnos, quienes no sólo tienen el stress de aplicar correctamente los protocolos sanitarios diseñados con anterioridad, sino que también deben enfrentarse a todo lo que significa llevar a cabos clases mediante un sistema híbrido, con sus procesos de evaluación, seguimiento y monitoreo de la enseñanza.
Históricamente, sabemos que estos últimos tres meses de clases son bastante intensos y en tiempos de pandemia dicha intensidad aumenta. Se nos exige realizar nuestro trabajo con un mayor foco, buscando de alguna manera bajar los niveles de tensión propios de un contexto escolar en medio de una crisis sanitaria. Pero más allá de ser capaces de revelar experiencias para aprovechar de mejor manera el acotado tiempo que tenemos en este último periodo de clases, la verdadera pregunta es cómo y qué de todo lo aprendido durante la pandemia formará parte de nuestros nuevos repertorios a partir del próximo año. Porque tal como lo hemos planteado en columnas anteriores, no se trata solo de sobrevivir a la pandemia, sino más bien de qué aprendimos de ésta para replantear el quehacer diario y el sentido más profundo de las escuelas y de la educación.
La premura de este último trimestre suele enfocarnos en resolver una serie de cuestiones prácticas y más bien rutinarias para que los procesos normales de un colegio puedan terminar. Pero, así como hemos sido capaces de aprender e instalar capacidades en los equipos que nunca creímos posible realizar en tan corto tiempo, estos meses finales nos exhortan por un último esfuerzo. Uno que guarda relación con preguntarse de qué manera incorporaremos el conocimiento y nuevas capacidades instaladas al interior de nuestras escuelas, en pos de reconsiderar procesos sensibles como la evaluación, nuestros formatos de enseñanza y la tarea educativa de manera global. Porque si regresamos en marzo del próximo año haciendo exactamente lo que hacíamos hasta antes de la pandemia, probablemente significa que no aprendimos absolutamente nada durante todo este tiempo. Y es, aunque parezca paradójico, una oportunidad que no se repetirá (o al menos eso esperamos).
En 20 años más cuando las personas miren hacia atrás, no sólo se preguntarán cómo los equipos directivos y sus comunidades escolares enfrentaron los tiempos de COVID-19 en educación, sino que también qué fueron capaces de aprender y utilizar de todo lo que vivieron, para mejorar su oferta educativa y experiencia escolar.
Una cosa es sentir que el año se nos va (algo normal en esta fecha), pero otra cosa muy distinta, es dejar pasar la oportunidad de recordar lo aprendido y todo lo que descubrimos durante los largos pasajes de esta pandemia, para ponerlos a disposición de una nueva escuela y un nuevo sentido educativo.
Así como la reina Isabel I decía “todas mis posesiones por un momento más de tiempo”. Nosotros, en educación deberíamos decir: “todos nuestros aprendizajes por un poco más de tiempo, para repensar nuestra escuela”.