Algunos chilenos, en especial los santiaguinos, recordarán tal vez las “góndolas” cuyos pasajeros a menudo debían “colgarse” de los pasamanos para viajar. En Kabul, luego de la huida del régimen apoyado por Estados Unidos y la Unión Europea, modernos aviones de transporte parecieron imitar a nuestras viejas micros.
Las naves militares, según The New York Times, “despegaban con personas que colgaban de sus costados. Algunos murieron al caer a tierra”. El futbolista de la selección afgana, Zaki Anwari, de 19 años, cayó de un Boeing C-17 que acababa de despegar. Además, se descubrieron restos humanos en el tren de aterrizaje de otro C-17 que aterrizó en Qatar, Afganistán se convirtió en un caos frente al fulminante avance de los rebeldes talibanes.
Veinte años había durado la ocupación, la respuesta aliada a los ataques terroristas que destuyeron las torres gemelas en Estados Unidos en 2001.
No es la primera vez que los afganos, una mezcla de distintas tribus islámicas, derrotan a sus invasores. Antes de los norteamericanos y sus aliados, fueron las tropas soviéticas. Dos siglos antes, en la primera de tres guerras con el imperio británico, también triunfaron, aunque solo consolidaron su independencia mucho después.
La de Afganistán, país montañoso encerrado entre Pakistán, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y China, es una historia fascinante y brutal.
Bajo los talibanes, las mujeres no podían salir sin cubrirse totalmente con la burka; podían ser ferozmente maltratadas y carecían de elementales derechos: a educarse, a trabajar de manera independiente, a votar o a lo que llamamos en Chile “pololear”. Los afganos tienen una tradición de delicada poesía, pero lo demuestran poco. Su juego más popular ha sido el buzkashi o kokpar, la disputa de dos equipos ecuestres que se esfuerzan por llevar una cabra sin cabeza y sin extremidades, desde un extremo a otro de la cancha.
El término de la ocupación de las fuerzas de Estados Unidos y la Unión Europea se acordó el 29 de febrero de 2020. Se pretendía asegurar de este modo la paz, después de más de 18 años de conflicto. EE.UU. y sus aliados de la OTAN convinieron el retiro de sus tropas si los talibanes respetaban el acuerdo. El convenio lo suscribió la administración de Donald Trump, pero el encargado de ejecutarlo terminó siendo su sucesor, Joe Biden.
Las críticas han sido durísimas. No se anticipó el desastre pese a algunas advertencias.
Nada de lo construido en dos décadas resistió la avalancha talibán. Miles de afganos temen ser castigados por colaborar con el enemigo; la mayor parte de las mujeres han desaparecido de las calles. Todo se derrumbó cuando el presidente Ashraf Ghani Ahmadzai partió abruptamente, olvidando una maleta llena de dinero en la losa del aeropuerto.
En tiempos de feminismo militante, la mayor resistencia la han protagonizado mujeres que salieron a las calles desafiando a las nuevas autoridades. Pero nadie es muy optimista. Zarifa Ghafari, la primera alcaldesa mujer en su país, desde 2018 ha sido permanentemente acosada y amenazada. Ante el regreso de los talibanes al poder, comentó al medio iNews: “Estoy esperando a que vengan. No hay nadie que me ayude a mí o a mi familia. Solo estoy sentada con ellos y mi esposo. Y vendrán por personas como yo y me matarán”.
¿Quién podría darle una respuesta tranquilizadora?