Sin duda que el primer debate entre quienes disputarán la presidencia en EEUU en el próximo mes de noviembre, Trump y Biden, concentró la atención mundial. Se esperaba que fuera un debate duro, de golpes bajos, pero dudo que muchos imaginaran que fuera tal como lo fue.
En efecto, se asume que a la presidencia de un país, y menos a un país que se precia de desarrollado, de ser modelo de sociedad para muchos, llegan personalidades de fuste, creíbles, confiables, responsables del destino no solo de sus conciudadanos, sino que también de buena parte del mundo dado el poder que concentran: poder de construcción y de destrucción.
Los debates se vienen desarrollando desde la década de los 60, siendo quizás el más memorable, el de Kennedy versus Nixon, debate que fue capaz de dar vuelta los pronósticos y que demostró el peso que tendría la imagen televisiva, que se prolonga hasta la fecha. Ninguno de los debates en más de medio siglo de existencia ha sido tan pobre, tan degradante como el que vimos esta semana. Quizás el debate sea el retrato de una nación en estado de nerviosismo ante la emergencia de China, de pérdida de influencia, de decadencia, de transición a otro mundo. En este contexto el slogan “Make America great again” parece toda una ironía.
Conociendo a los protagonistas, si bien no se esperaba gran cosa del debate, era imposible prever que sería de tan bajo nivel. De un presidente en funciones se espera que esté a la altura del cargo que ostenta, es quien se supone que debe defender su gestión, lo hecho durante estos cuatro años y su contrincante, Biden, el desafiante, el atacante.
Sin embargo, lo que se vio fue todo lo contrario. Se observó a un presidente, Trump, agresivo, interrumpiendo permanentemente, insultando, agrediendo, logrando por momentos sacar de sus casillas a su rival, haciendo infructuosos los esfuerzos del entrevistador quien se vio totalmente sobrepasado.
Se sabía que Trump no se quedaría callado, se sabía de su agresividad, se sabía que no tiene pelos en la lengua, características que lo catapultaron a la presidencia desde fuera de la cancha al provenir del mundo empresarial, muy distinto al político. Lo que delató el debate, o confirmó, al menos a nivel mundial, es la catadura moral del personaje y el pobre valor que le asigna a la democracia.
La catadura moral se retrató en su postura frente a los impuestos al afirmar que como empresario no hizo sino lo que hacen todos: ver cómo escabullir el pago de los impuestos.
Eso es lo que se espera de los mortales comunes y corrientes, pero no de quien ostenta y aspira a la primera magistratura de una nación. Para remate, Trump responsabilizó de ello a los políticos como Biden que son quienes hacen las leyes que terminan beneficiando a los empresarios. Lo que hizo Trump fue revelar la colusión de intereses entre el mundo de los negocios y de la política norteamericana, que de alguna manera se reproduce en no pocos países.
El pobre valor que le asigna a la democracia vino dado por su negativa a reconocer el resultado de las elecciones en caso de perderlas. Se guardó bajo la manga la posibilidad de desconocer el veredicto de las urnas amparado en la posibilidad de fraude a través del voto por correo. La verdad que no entiendo el argumento dado que esa posibilidad ha existido desde siempre en los EEUU. Con este argumento se impugnaría su propia elección cuatro años atrás.
Fue raro ver un debate donde el presidente en vez de defender su gestión, ataca por la vía de que el contrincante lo haría peor. Frente a los miles de muertos por covid19, luego de mirar por sobre el hombro la pandemia reduciendo su importancia, la respuesta de Trump a Biden fue de antología: contigo habrían sido muchos más. Y ahora él mismo dio positivo al covid19.
Moraleja: por la boca muere el pez. Y frente a los crecientes disturbios y conflictos raciales que afectan a EEUU, sin arrugarse Trump acusa a la izquierda radical, lavándose olímpicamente las manos.
El comportamiento de Trump se está reproduciendo a nivel mundial. La derecha ha despertado, cansada de estar a la defensiva ha decidido salir a la calle, a dejar de ser timoratos, identificando como enemigo a todo aquel que no piense como ellos. Flor de demócratas que lo ven todo blanco o negro.
¿Quién ganó el debate? No lo sé. Si me ponen contra la espada y la pared, diría que ninguno de los dos. Veamos qué nos dicen los debates que vienen previos a la elección, si es que los hay! Pero de lo que no tengo duda alguna, es que el nivel de Trump y Biden, así como el del debate, nos dice que a nivel político-empresarial vivimos tiempos decadentes.