Ha habido muchos procesos constituyentes en el mundo. En nuestro continente también. A lo menos, a los socialistas chilenos la Asamblea Constituyente en Islandia debiera motivarlos al extremo al comprobar que tras un audaz proceso participativo cuasi revolucionario protagonizado por los ciudadanos islandeses, se ha articulado un sistema político que al tener en cuenta los intereses de la sociedad para la que se ha diseñado y no a las clases dirigentes que deambulan alrededor del poder, ha empezado a provocar cambios, incluidos, claro está, los económicos.
Para ello, Islandia tuvo que forzar la convocatoria de un referéndum, que permitió la negación a pagar una deuda originada por quienes vivían de espaldas a la población -mayormente banqueros-, destituyó al gobierno que actuó cómplice o negligentemente y castigó a los culpables con la cárcel. Pero, lo más importante es que el sistema político del que hoy disfrutan tuvo su origen en un Proceso Constituyente que desde un principio contó con la ciudadanía.
Primero, porque los islandeses consiguieron el referéndum reuniendo el 25% de las firmas del total de votantes del país.
Segundo, porque por primera vez en la historia un país prescinde de su clase política a la hora de elegir a una Asamblea Constituyente. Treinta y un ciudadanos fueron elegidos de entre toda la ciudadanía que quiso presentarse y ningún candidato disfrutó de un minuto más de publicidad que el resto, así como tampoco recurrió a prebendas después de haber sido electo.
Antes de redactarse la nueva Constitución, la Asamblea trabajó con una encuesta que se le hizo a mil ciudadanos donde se preguntó por el modelo político deseado.
La mayoría de los islandeses llegó a la conclusión que los problemas que aquejaban al país se debieron a la falta de control que la sociedad tuvo respecto a sus dirigentes y que esto no debía repetirse. Lo increíble es que por vez primera en la historia lo único que se consideró fue el verdadero sujeto constituyente, el pueblo.
No satisfechos con haber elegido la Asamblea de entre la ciudadanía y sin contar con los partidos tradicionales, ésta ha elaborado una página web donde se dan a conocer, cada semana, los artículos aprobados en Comisión para que toda la ciudadanía islandesa realice sus comentarios en la misma web y en una página en Facebook creada para esos efectos por la Asamblea, que también abrió cuentas en Twitter, You Tube y Flickr, de manera que el diálogo y la interacción entre todos los ciudadanos ha sido francamente fluida.
Las sesiones de la Asamblea son abiertas al público y retransmitidas en directo online a través de la web y la página de Facebook. Todo un ejemplo de cómo se deben aplicar las nuevas tecnologías en favor de la democracia deliberativa y participativa.
Si bien es cierto he leído, en parte, la nueva Carta Magna islandesa, no me he dado el tiempo para saber con exactitud cuáles han sido las cauciones concretas y los balances que la Nueva Constitución contempla en su redacción, ni hasta dónde llegan los mecanismos de democracia participativa diseñados.
Sin embargo, hay algo que se evidencia: cualquiera que sea la opinión de cada uno con respecto de lo que incluye, lo que debería incluir o lo que se omitió, la Nueva Constitución es el verdadero resultado de la voluntad de cada islandés y por ello se han hecho merecedores de todo el respeto y honores de todos los pueblos de la Orbe. Resulta vergonzante –aunque motivador para los que aún conservamos el espíritu colectivo-, contemplar el proceso islandés de Asamblea Constituyente desde un país cuya Constitución se redactó bajo dictadura y que, tanto los dirigentes de partidos como los parlamentarios se erijan como los tutores de, según ellos, “todo un pueblo que carece de los conocimientos necesarios, para llevar adelante un proceso constituyente”.
¡Por una democracia para los más, en función de esos!
Mario Toro Vicencio