Un discurso de Michelle Obama en la Convención Demócrata hace algunos años, mostró una realidad con la que tiene que vivir Estados Unidos. Algunos de los edificios más representativos del país fueron construidos por esclavos.
La primera dama de ese entonces se refería a la Casa Blanca, pero no es el único lugar en el país ni mucho menos. De hecho, la esclavitud en EE.UU. estaba muy extendida en la época colonial y se mantuvo tras la independencia. Gradualmente, y con el paso de los años, el abolicionismo fue teniendo éxito hasta que, con el final de la Guerra de Secesión, en 1865, la prohibición de la esclavitud fue impuesta en todo el territorio.
Pero la mayoría de los principales lugares del país, incluyendo sitios como el Capitolio o universidades, ya habían usado mano de obra esclava.
Durante del desarrollo de la historia, son múltiples los casos donde la recompensa de un trabajo precario ha permitido enormes utilidades.
En la actualidad, grandes compañías internacionales utilizan países del Sudeste asiático como centro de manufacturas por el bajo costo que implica su mano de obra.
Como dato podemos citar la realidad que actualmente existe en esos países, a los cuales llega la mayor demanda de manufactura extranjera.
En Camboya, el Gobierno accedió por primera vez a elevar el sueldo en 2013, situándolo en 2014 en 100 dólares mensuales. Aquella situación provocó fuertes disturbios por parte de los trabajadores, que consideraron el aumento insuficiente y obligaron al Ejecutivo a subirlo de nuevo hasta los 128 dólares. Tras unas violentas protestas, que se saldaron con la muerte de al menos cuatro personas y más de una veintena de heridos, los grupos de distribución de moda internacionales que se aprovisionan en el país se vieron obligados a tomar cartas en el asunto y presionaron al Gobierno para elevar de nuevo el sueldo mínimo.
Los países del sudeste asiático han ido elevando sus salarios mínimos a medida que han ido incrementando la actividad económica. Myanmar, otro de los focos del aprovisionamiento textil, aprobó en agosto de este año el aumento del sueldo mínimo hasta 3.600 kyats (2,8 dólares) diarios para una jornada laboral de ocho horas. Al mes, esto supone un sueldo de 74 euros, frente a los 30 euros en los que estaba fijado el año pasado.
En Pakistán e India, dos países con un peso relevante como proveedores de moda a la Unión Europea, los salarios se mantienen también por debajo de los 100 euros. En Pakistán, el sueldo mínimo en 2013 se marcó en 78 euros sin alteraciones hasta el minuto, mientras en India está entorno a los 70 y los 90 euros.
México se cuela como el único país fuera del sudeste asiático entre los cinco con menores salarios mínimos. En el país azteca, el sueldo mensual está situado en 99 euros. Vietnam adelantó a México este año, al incrementar su sueldo mínimo un 28% hasta 146 dólares (128,38 euros, al cambio actual) mensuales.
Como se ve en la actualidad las empresas pusieron nuevamente el foco en rentabilizar sus bienes y servicios en la explotación laboral, materia que en las convenciones internacionales es fuertemente criticada, pero altamente utilizable.
En ese sentido, Chile en su mercado interno no escapa a la norma, la precarización del trabajo en nuestro país, indica que alguien se queda con la utilidad, de los servicios otorgados a bajo precio.
La discusión de si esto es justo o no, depende de cómo un Estado es capaz de regular el abuso, pero en un País, donde el Estado está en un segundo plano, en medio de un modelo de libre mercado como el actual, estas prácticas se extienden y sin ninguna regulación.
El sueldo mínimo en Chile es la base de la mayoría de las contrataciones, basta solo hacer una pequeña encuesta en el retail, para darse cuenta de que todos los apoyos logísticos que ahí existen, cajeros, mostradores, reponedores y gente encargada de la atención a público, se manejan con remuneraciones muy bajas y sometidas a una alta carga laboral, que en muchos casos se realiza en turnos que implican sábados y domingos. En la misma línea, la subcontratación de recursos humanos genera una estandarización de estas remuneraciones, ya que como los trabajadores no son dependientes de la empresa principal, estos intermediarios también participan de la utilidad que les reporta el bajo costo salarial en el que incurren.
Otros ejemplos los encontramos en el mercado de las aplicaciones de servicios móviles, donde definitivamente el trabajador se entiende con una verdadera entelequia, ya que no conoce a su empleador, no tiene una remuneración que le asegure un piso mínimo (saltándose la ley que obliga a fijarlo), y donde definitivamente los resguardos de seguridad, seguros por accidente, y la infraestructura son todas de cargo del trabajador, es decir hablamos de un esquema de explotación a distancia , sin ninguna regulación y en presencia de una política laboral vigente.
Sumemos a esto, restaurantes por ejemplo donde cuyos sueldos son configurados en base a la propina y los supermercados, donde en estos hasta hace poco, la práctica del trabajo con menores de edad se hacía a vista y paciencia de todos, a cambio de un par de monedas.
Las brechas salariales en Chile también deberían ser reguladas, no es posible que un gerente gane 60 veces más que el último de los empleados, esa situación implica que la empresa es capaz de generar la suficiente utilidad como para poder estandarizar mejor la retribución a los esfuerzos.
Un sueldo que no es capaz de solventar los gastos de un grupo familiar no es sueldo, es una contribución. Chile es un país caro, pero tiene una alta necesidad de empleo, las cifras que se elevan sobre el 10% de cesantía, no incluyendo los empleos informales, donde la situación de las rentas familiares es aún más compleja, hace que la gente acepte las condiciones que el mercado les ofrece. Hoy día obtener un trabajo, va más allá de las capacidades de un postulante ya que esto está siempre indexado al valor del cobro de sus servicios.
Cabe entonces pensar, si es posible regular la desigualdad por la vía de hacer más justa la retribución al esfuerzo, porque cualquiera entiende que generar grandes utilidades en función de la precariedad de quienes la generan no es ético.
Así como en aquel tiempo la primera dama de Estados Unidos hacia el reconocimiento, bueno sería que localmente alguien también meditara al respecto, porque es muy cómodo, comprar la mejor de la zapatillas sin preguntarse cuanto le pagaron a quien las armó o comprar el mejor de los computadores y electrodoméstico, sin pensar en la retribución que recibió el que estuvo a cargo de su ensamblaje, o cuánto gana quien te está atendiendo, para que podamos de una vez por todas reconocer que la esclavitud y el abuso, no han desaparecido, solo ha cambiado sus formas.