El sufragio universal va de la mano de cualquier democracia moderna que se aprecie de tal. Sin votación ciudadana se acaba la democracia y con esto, damos paso a regímenes autárquicos que menosprecian la voluntad social.
En tiempos actuales donde con gran éxito llevamos ya un año y medio luchando por espacios de igualdad, no podemos obviar que esta igualdad comienza en la urna, donde todos pesamos un voto. Sin embargo, si este voto es ejercido por una minoría se perpetúa lo que con tanto esfuerzo y dolor se ha reclamado en las calles. Una sola muestra: Si en el sector oriente de Santiago la participación estuvo entre el 55% y 65%, en La Pintana, por dar un ejemplo, no superó el 40% (39,70% según cifras del Servel). En regiones estos porcentajes incluso se distancian aún más tratándose de localidades pobres más alejadas de los centros urbanos.
Si la participación es desigual, su representación también será desigual. Si sólo un grupo es el que está participando de las decisiones políticas, entonces los candidatos apelarán casi exclusivamente a ese grupo, descuidando a los que se sienten postergados, que representan la mayoría considerando quienes no votaron en la última elección.
Si bien el voto voluntario debiera ser la meta por alcanzar, lo cierto es que mientras no existan las condiciones materiales y morales para que el electorado lo haga, debiera reinstaurarse el voto obligatorio. Algunos han planteado que hacerlo obligatorio atenta contra el derecho a la libertad individual de ejercer o no este derecho de voto, pero lo cierto es que mantener la voluntariedad pone en riesgo un valor colectivo superior al interés individual: nuestra democracia.
Es contradictorio escuchar que quienes defienden el voto voluntario con tanta pasión son los mismos que reclamaban en contra de las movilizaciones sociales argumentando “que quienes están en las calles reclamando derechos olvidan que también tienen obligaciones”. Pues bien, a esas mismas personas que ahora se acomodan el gorro de los derechos, les digo que también hay obligaciones, y dentro de una democracia la primera es votar.
Si en una democracia opto por no votar, es porque el sistema político le es indiferente, es decir, ¿podríamos ser gobernados entonces por una dictadura, monarquía o clase oligárquica y daría lo mismo? … la respuesta es obvia.
La obligatoriedad del voto la asumo como una necesidad temporal mientras se crean las condiciones de voluntariedad. En el corto plazo, el Servel debiese corregir algunas falencias asociadas a la distancia entre el domicilio de los votantes y los locales de votación, además de abrir espacios al voto electrónico que en los tiempos tecnológicos actuales resulta indispensable para acercar la urna a los hogares. Y en el mediano plazo, junto con depositar las esperanzas en la bonita discusión constitucional que se avecina para así reestablecer confianzas en la representatividad política, se debiera reimplementar la educación cívica, de forma que nuestros educandos participen y se interesen en la situación político-social de su país … no tengamos miedo a dialogar y debatir desde veredas opuestas, eso nos fortalece como comunidad y consolida nuestra democracia.
El voto es un derecho social que sustenta al sistema político que protege nuestras libertades individuales, pero mientras no tengamos las condiciones para una voluntariedad equitativa y representativa, protejámoslo con la obligatoriedad.