Ya instalada la primavera en París, esta cubría de flores los jardines del palacio de Versalles, lugar ubicado a poco más de 20 kilómetros de la capital francesa; una residencia real, construida a fines del Siglo XVII, que marcaba una tacita frontera entre la nobleza con sus privilegios y el pueblo con sus necesidades. La mañana del 14 de julio de 1789, una asonada popular se tomaba la Bastilla, mítica prisión y símbolo del poder real. Un desesperado asistente del rey ingresaba a uno de los salones, advirtiendo del ataque al monarca, quien impávido pregunto, “¿esto es una revuelta?, no majestad contesto el emisario, esto es una revolución.”. La historia, indicaría más tarde, que Luis XVI, no era capaz de comprender, lo que estaba sucediendo.
Siempre es bueno repasar la historia, porque si la revisamos, nos daremos cuenta de que los procesos sociales, los cambios de sistemas o la caída de grandes imperios de poder, se repiten, son cíclicos y bastante comunes.
Chile no es la excepción a esa regla, este país en promedio cada 50 o 60 años, se ve envuelto en un fenómeno similar, 1828, 1891,1925,1973 y ahora nos vuelve a tocar.
Un terremoto de grandes magnitudes ha azotado a la clase política chilena el recién pasado fin de semana, el grupo de Partidos tradicionales, que, acostumbrado a los privilegios del poder, ha visto caer sus estanterías, cocinas y tinglados sin que nadie pudiera siquiera advertir, ni el epicentro donde golpearía el movimiento y menos la magnitud de los daños.
Muchos fueron los temblores precursores de este terremoto. Las movilizaciones estudiantiles del 2006 y 2011, ya nos decían que una nueva fuerza política y social estaba en marcha, estudiantes organizados y con mucha ilustración social, comenzaban a sentar las bases de lo que serían las reglas del juego y posteriormente lograrían desafiar a lo establecido instalándose en la cámara, con una fuerte advertencia, “vinimos y a quedarnos”.
Muchos pensaron que el gran terremoto había ocurrido en 2019 con el estallido social, cuando un distraído presidente comía pizzas, mientras su ciudad se incendiaba y un gobierno en shock, no era capaz de asimilar que ese fuerte golpe lograba instalar la idea, de que un cambio institucional en Chile no solo era posible, si no que obligatorio.
Una remecida clase política nuevamente hacia control de sus daños y se apresuraba a confeccionar un acuerdo que les permitiera, participar de la conjugación de los nuevos verbos sociales; integración, participación, inclusión fueron las palabras nuevas que aparecieron en los discursos del establishment como una forma de dar a entender, que habían comprendido el mensaje y que esta vez estaban en posición de promover los cambios. Sin embargo, tal como lo hizo el personaje de esta introducción, no habían entendido nada y lo peor, no sabían a qué futuro se enfrentaban.
Los acuerdos cupulares se convencieron sobre la necesidad de llamar a consulta a la soberanía popular, recibiendo de vuelta, un nuevo golpe que ya les avisaba que un 80% del electorado estaba de acuerdo con los cambios y que estos no solamente eran necesarios si no que urgentes.
La Asamblea Constituyente estaba en marcha y nuevamente los grupos de poder tradicionales, se hacían parte de proceso, colocando trabas, reglamentos que los beneficiaban y tratando de instalar la idea, de que esta asamblea debía funcionar con la ya trasnochada política de los acuerdos y donde los grandes temas, debían definirse con la aprobación del al menos de los 2 tercios de la representación.
Nuevamente el sismógrafo político se leía mal y creyendo que trabajando en las mismas estrategias que los habían mantenido en el poder, lograrían permear la voluntad de la Constituyente, única forma que les quedaba de poder frenar, es fuerte impulso social desatado a partir de octubre del 2019.
Pero lamentablemente para muchos, los dados estaban tirados; el trabajo incansable y sin recursos de las nuevas fuerzas políticas, se habían organizado al alero del trabajo comunitario y las redes sociales y habían convencido al electorado, que, si realmente se deseaban cambios de importancia y relevancia, estos debían ser ejecutados, ya no al alero de lo que habían establecido las direcciones políticas tradicionales, si no desde un acuerdo amplio de la una nueva base social.
El domingo, recién pasado, el gran terremoto ocurría; nadie y nada que sonara a partido político, se salvaba de las fuerzas del movimiento, los mayores damnificados, se reportan en los grandes conglomerados que porfiadamente habían insistido en seguir con lo establecido y hoy claman por ayuda para poder recomponerse, pero lo peor estaba por venir. El recuento de los resultados esa noche, develaba que un gran Tsunami, afectaba al corazón del poder, alcandías, concejalías, gobernaciones y lo más importante, la Asamblea Constituyente, o Convención Constitucional como gustaron llamarla, había sido permeada e inundada con las nuevas fuerzas políticas y en aquellos lugares donde se habían mantenido algunos enclaves, también recibían la presencia de estas nuevas aguas, que poco dejaran navegar con bandera propia las futuras políticas que se tomen en las decisiones comunales o regionales.
Sería bueno saber si el gobierno de turno se hizo la pregunta, ¿esto fue solo una votación?, no majestad, esto es una revolución, aquella que a la luz de los acontecimientos terminara de escribirse en noviembre, cuando los partidos políticos y conglomerados, sin líderes, sin domicilio y menos identidad, se vean enfrentados a la elección de la Presidencia y las cámaras contra las fuerzas políticas progresistas que terminaran de hacerse del poder.
El resultado de este cambio, que será profundo, es responsabilidad de quienes advertidos por diferentes señales a lo largo de los años, hicieron caso omiso a lo que se sentía, decía y pedía fuera de la burbuja del privilegio; hoy no se trata de que Chile se haya transformado en un bastión de la izquierda ni nada que se le parezca, lo que sucede es que estamos enfrentados a un nuevo ciclo, a un cambio de sistema social, que va a cambiar ojala para bien y no para mal, la forma como esta sociedad comience a entenderse, bajo otras reglas sociales, que gusten o no , llegaron para quedarse.
Rodrigo Araya Attoni