Cristopher Mansilla tenía 30 años. Deportista destacado, entre 2008 y 2015 obtuvo tres medallas de oro, dos de plata y tres de bronce en los Campeonatos Panamericanos de Ciclismo. En 2011 logró el segundo lugar en el Omnium en Beijing y su primer lugar en la novena etapa de la Vuelta Ciclista de Chile.
Murió la semana pasada. Fue víctima de complicaciones del Covid-19. Días antes anunció en facebook que, como parte del tratamiento, debería ser inducido a un coma. “Veamos si este cuerpo no está oxidado y puede despertar" escribió el 7 de mayo.
No resistió. Sus restos fueron enterrados en Puerto Natales acompañado por un pequeño grupo de familiares y amigos.
Un par de días después se conoció un desolador informe de un grupo de expertos convocado por la Organización Mundial de la Salud (OMS): “La situación en la que nos encontramos hoy podría haberse evitado”, dijo como conclusión Ellen Johnson Sirleaf, integrante del grupo. De acuerdo con el informe, la emergencia sanitaria puede considerarse el “Chernóbil del siglo XXI”. Hasta el momento, el Covid-19 ha matado a casi tres millones y medio de personas en todo el mundo.
El informe no individualiza culpables: “Es evidente que la combinación de malas decisiones estratégicas, de una falta de voluntad para abordar las desigualdades y de un sistema mal coordinado, creó un cóctel tóxico que ha permitido a la pandemia convertirse en una crisis humana catastrófica”.
La advertencia es que la humanidad debe prepararse para un período largo en que habrá que convivir con la amenaza del coronavirus y sus variantes.
En ese escenario, el año pasado, un grupo de países liderado por la India y Sudáfrica propuso que las patentes sobre vacunas contra el mal deberían liberarse para que otras naciones puedan fabricarla. Hasta ahora, Estados Unidos había sido uno de los principales opositores a la propuesta de la OMS, el organismo económico mundial, de suspender algunas de las protecciones de propiedad intelectual a fin de permitir a los fabricantes de medicamentos de todo el mundo el acceso a los protegidos secretos comerciales de la elaboración de vacunas. El 5 de mayo, sin embargo, el Presidente Biden dio su apoyo a la idea, seguido por la Unión Europea.
Desde el punto de vista humanitario, resulta difícil negarse. La excepción es la industria farmacéutica mundial, conglomerado gigantesco y muy lucrativo. Su reacción fue inmediata. Sus argumentos son que es necesario invertir mucho dinero en investigación y que la fabricación de vacunas no se puede improvisar. Púdicamente, se elude mencionar el tema de fondo: las ganancias. Se calcula que hasta 2025, el gasto en vacunas Covid-19 será de 157 mil millones de dólares.
Esta industria es una de las más rentables, salvo la de los armamentos. Según la revista Fortune, el volumen de beneficios de las diez principales farmacéuticas del mundo superaba, al comenzar el siglo, las ganancias de las restantes 490 empresas de su famosa lista de las “top-500”.
Con un negocio así, es comprensible que no quieran aflojar. El resultado por ejemplo es que, pese la excelente forma como el gobierno chileno negoció las vacunas han llegado con cuentagotas. La situación, por cierto, es peor en las partes más pobres del mundo. Es el efecto de un monopolio inconmovible.
Cristopher fue solo una víctima más.